La leyenda urbana acerca del último capítulo de Doraemon

Doraemon, el gato cósmico

Doraemon, el gato cósmico

Doraemon, probablemente, es el cómic manga (valga la redundancia) más exitoso de toda la historia. Tanto, tanto que su versión anime para la televisión no ha dejado nunca de emitirse en Japón desde que se estrenó a principios de los años setenta, con cerca de 2.000 capítulos en total.

Doraemon es un robot cósmico, con forma externa de gato azul, que viene del futurista siglo XXII para ayudar a un niño (Nobita Nobi) con unos extraños y simpáticos inventos que saca de su bolsillo cuatridimensional. En el futuro, los descendientes de Nobita son pobres y desgraciados a causa de los errores cometidos por él durante su vida. Es por ello que su nieto, Sewashi Nobi, envía desde allí al pasado a Doraemon con el objeto de encauzar la historia del chaval y procurar cambiar las épocas venideras.

Como buena y afamada serie de animación, Doraemon debería tener, por supuesto, su propia leyenda negra; y así es, la tiene. En este caso el tema versa sobre el capítulo final. Muchas han sido las elucubraciones sobre ello y todas son más falsas que un billete de veintitrés euros. Vamos a repasar un par de ellas, las más populares, porque tiene tela la cosa.

Falacia number one: Nobita despierta de un coma profundo en el que lleva años sumido. Todos los capítulos de la serie no han sido más que un sueño del niño enfermo, y Doraemon es un gato de peluche que siempre ha estado con él. Esta es la versión más extendida de la leyenda y la que la gente más se ha creído. Se comenta (aunque tampoco se sabe si realmente es cierto) que, en Japón, multitud de padres y madres se manifestaron frente a las oficinas de la productora para protestar por este agónico final, obligando a los responsables a emitir una comunicado de prensa desmintiendo el suceso. Hay versiones del infante con cáncer, leucemia y hasta SIDA, que hay que tocar los cojones de manera vistosa y llamativa. También se habla del suicidio de un montón de niños al conocer el final; en fin…

Falacia number two (mi preferida): A Doraemon se le acaban las pilas (hay que joderse). Nobita viaja al futuro desde el cajón de su escritorio (la manera normal que tenían de hacerlo el gato y él) y descubre que un cambio de baterías resucitaría al robot azul, pero haría perder su memoria y sus recuerdos. El chico guarda en el armario a su mascota hasta que, treinta años después, tras mucho esfuerzo y estudio llega a ser el máximo responsable de una empresa de inteligencia artificial e inventa un chip de memoria que recupera lo almacenado en el cerebro cibernético de Doraemon para, posteriormente, hacer un volcado tras el cambio de pilas. Para gustos, los colores; y para imaginación, la de algunos.

La cruda realidad es que Doraemon no tiene todavía un capítulo final, y no hay visos que lo tenga en las próximas décadas. La verdad verdadera es que uno de los creadores de Doraemon, el señor Fujimoto Hiroshi, falleció en 1996, antes de idear un final para la serie. El otro cocreador (Motō Abiko) y el resto del equipo decidieron, tras largas reuniones, honrar al muerto evitando escribir un capítulo final, extendiendo la serie ad æternum. Es lógico preguntarse que, en los tiempos que vivimos, ¿cómo es posible que la gente hable de finales de Doraemon sin agregar un enlace al vídeo en YouTube? Ya sabes, amigo mío, si no está en Internet no existe.

Por lo tanto la serie anime no tiene final, pero también es cierto que para el manga (comenzado a publicar en 1969) se llegaron a escribir hasta tres finales alternativos, aparecidos en la revista japonesa de cómic «Shogaku 4-nensei». En marzo de 1971, Doraemon regresa para siempre al futuro con el fin de evitar los problemas que implican las modificaciones del espacio-tiempo, al más puro estilo ‘Back to the future’. Un año después se publica un nuevo final en el que el gato regresa al futuro para siempre también. Suponemos que del anterior final volvería airoso con alguna triquiñuela.

En marzo de 1973 (otro año después) Doraemon decide irse para siempre tras haber vuelto de dos finales para siempre. El colmo de la gallina de los huevos de oro.

Desde luego, para mí el mejor final de Doraemon es el que muestro en la siguiente imagen. Gore sí, pero divertido y resultón.

Final alternativo gore para Doraemon

Final alternativo gore para Doraemon

Coteja los datos que recibes y mejora tus fuentes de información. No todo lo que te dice la vecina del quinto es cierto, algunas cosas se las inventa, la chismosa de ella.

De fluoroscopios, pedoscopios y otras lindezas varias

Fluoroscopio de zapatería

Fluoroscopio de zapatería

Comprar zapatos puede llegar a ser algo divertido siempre y cuando no tengas algún problema en los pies que te impida disfrutar del evento en sí. Y es que la mayoría de las personas se quejan de dolores podales tras el estreno de zapatos nuevos; que si me aprieta aquí, que si me queda muy holgado por allá, que si me hace marcas por acullá, que si la abuela fuma, que si deja de fumar. Un infierno, vaya.

Hoy día las zapaterías son meros negocios mercantes de zapatos y zapatillas en los que el cliente no disfruta de un trato personalizado, en buena parte porque estos complementos se fabrican en serie bajo números prefijados que obligan a adaptar tu pie al calzado, cuando, en realidad, debería ser al revés. Pero no siempre fue así.

En la década de los años veinte americanos, de los americanos de América de arriba, se puso de moda un aparatejo zapateril al que los yanquis, haciendo gala de la amplia flexibilidad de su lenguaje materno, bautizaron como pedoscope. Es castellano castizo podría traducirse algo así como «pedoscopio» o, quizás, «podoscopio» o quién sabe si «pediscopio». El caso es que nunca nos hizo falta acuñar un término para ello porque el tramánculo en cuestión ni siquiera llegó a Europa. Nosotros lo llamaremos pedoscopio (aunque resulte cacofónico) por aquello de distinguirlo del podoscopio actual que tienen todos los pediatras y los ortopedistas en sus consultas.

El pedoscopio en sí no era otra cosa que un fluoroscopio especialmente diseñado para zapaterías. El fluoroscopio es un aparato médico consistente en una fuente de rayos X y una pantalla fluorescente entre las que se sitúa el paciente para que se le observen sus estructuras internas en tiempo real, diagnosticando así su dolencia rápidamente. Vamos, un escáner de rayos X de los de toda la vida.

Pedoscopio

Pedoscopio

Se componía básicamente de una caja de madera con un orificio posterior para meter el pie, zapato incluido. Dentro disponía de un aparato de rayos X y, por la zona anterior, de varios visores donde observar los resultados. Al mirar por los tubos, se podía ver con total claridad y nitidez los huesecillos del pie encerrados en el armazón del zapato, pudiendo determinar fehacientemente si ese calzado era correcto para el cliente o no.

Certificado de zapato adecuado con prueba de rayos X

Certificado de zapato adecuado con prueba de rayos X

En principio, se especula que aquello no fue más que un reclamo publicitario para que las madres compraran zapatos a sus hijos, ya que a estos les encantaba aquello de poder ver su pie por dentro. No en vano, los varios visores que montaba el aparato eran para compartir experiencia X: uno para el zapatero, otro para un cliente (la madre, por ejemplo) y un último para el curioso infante.

El fluoroscopio para pies tenía también un par de selectores, uno para la intensidad de exposición (alta para hombres, media para mujeres y baja para niños) y otro para el tiempo (con una media de 20 segundos por pie). El zapatero regulaba estos parámetros a su antojo.

Sin embargo, existía un problema que no se investigaría hasta años más tarde, que era el peligro que suponía la exposición a aquellos rayos X con muy pocos años de historia. La amenaza afectaba a los pequeños pies de los niños en desarrollo pero, también (y sobre todo), a los zapateros que utilizaban aquellas máquinas a diario sin ningún tipo de protección.

Se han documentado casos de vendedores con dermatitis en las manos, por el hecho de introducirlas en el aparto para ajustar el zapato, e, incluso, un caso de amputación de una pierna en un hombre que trabajaba como modelo de zapatos. Es curioso, pero aún con estas incidencias tan graves, los pedoscopios no llegaros a desaparecer de las zapaterías hasta cerca de 1970.

La historia del cacharro viene de varios años antes, cuando el doctor Jacob Lowe, de Boston, lo creó para visualizar rápidamente los pies a los soldados durante la Primera Guerra Mundial. En aquella época se descubrió que multitud de combatientes llegaban del campo de batalla con muchos problemas en los pies a causa de llevar las botas mal ajustadas durante el servicio. Ello provocaba graves daños tras el uso diario durante meses, por lo que ideó el pedoscopio para intentar paliar el problema.

Al terminar la contienda, este fluoroscopio fue modificado para darle un uso más comercial, a la sazón en el campo de la zapatería. En Estados Unidos rápidamente se enamoraron de la máquina en una feria de zapateros, y la mayoría de tiendas de calzado de costa a costa empezó a comercializar su uso como un punto clave de venta.

Por lo tanto, y para terminar, nos han de quedar claras tres cosillas, nada más. Primero: los americanos son siempre los que lo inventan casi todo y lo comercializan a lo bestia; segundo: aquella ciencia que se dona al pueblo es más que probable que venga de algún invento militar; tercero: casi siempre fallan en el tema de guarda de la salud y al final, cuando se dan cuenta, ya es demasiado tarde. Punto y se acabó.

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teknoPLOF! en alt-tab publica su quinta entrada. Hoy nos centramos en el Thermaltake Level 10 M, un ratón especialmente diseñado para los jugones más extremos de la gamesfera.

Su diseño, su ergonomicidad, sus lucecitas, botones personalizables y su carcasa basculante hacen de él un periférico ideal para darle caña a los títulos lúdicos más exigentes.

El post, vía alt-tab, aquí: http://alt-tab.com.ar/el-raton-extremo-para-gamers-extremos/

Frases con historia (XVI)

La lotería es un impuesto que grava a las personas que no conocen las matemáticas.

Robert A. Heinlein, fallecido escritor estadounidense de ciencia ficción.

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Un thriller ciberpunk retrotecnológico de conspiraciones, resistencia digital y ciudades ahogadas en neón, humedad rancia y corrosión.

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