De fluoroscopios, pedoscopios y otras lindezas varias
Hoy día las zapaterías son meros negocios mercantes de zapatos y zapatillas en los que el cliente no disfruta de un trato personalizado, en buena parte porque estos complementos se fabrican en serie bajo números prefijados que obligan a adaptar tu pie al calzado, cuando, en realidad, debería ser al revés. Pero no siempre fue así.
En la década de los años veinte americanos, de los americanos de América de arriba, se puso de moda un aparatejo zapateril al que los yanquis, haciendo gala de la amplia flexibilidad de su lenguaje materno, bautizaron como pedoscope. Es castellano castizo podría traducirse algo así como «pedoscopio» o, quizás, «podoscopio» o quién sabe si «pediscopio». El caso es que nunca nos hizo falta acuñar un término para ello porque el tramánculo en cuestión ni siquiera llegó a Europa. Nosotros lo llamaremos pedoscopio (aunque resulte cacofónico) por aquello de distinguirlo del podoscopio actual que tienen todos los pediatras y los ortopedistas en sus consultas.
El pedoscopio en sí no era otra cosa que un fluoroscopio especialmente diseñado para zapaterías. El fluoroscopio es un aparato médico consistente en una fuente de rayos X y una pantalla fluorescente entre las que se sitúa el paciente para que se le observen sus estructuras internas en tiempo real, diagnosticando así su dolencia rápidamente. Vamos, un escáner de rayos X de los de toda la vida.
Se componía básicamente de una caja de madera con un orificio posterior para meter el pie, zapato incluido. Dentro disponía de un aparato de rayos X y, por la zona anterior, de varios visores donde observar los resultados. Al mirar por los tubos, se podía ver con total claridad y nitidez los huesecillos del pie encerrados en el armazón del zapato, pudiendo determinar fehacientemente si ese calzado era correcto para el cliente o no.
En principio, se especula que aquello no fue más que un reclamo publicitario para que las madres compraran zapatos a sus hijos, ya que a estos les encantaba aquello de poder ver su pie por dentro. No en vano, los varios visores que montaba el aparato eran para compartir experiencia X: uno para el zapatero, otro para un cliente (la madre, por ejemplo) y un último para el curioso infante.
El fluoroscopio para pies tenía también un par de selectores, uno para la intensidad de exposición (alta para hombres, media para mujeres y baja para niños) y otro para el tiempo (con una media de 20 segundos por pie). El zapatero regulaba estos parámetros a su antojo.
Sin embargo, existía un problema que no se investigaría hasta años más tarde, que era el peligro que suponía la exposición a aquellos rayos X con muy pocos años de historia. La amenaza afectaba a los pequeños pies de los niños en desarrollo pero, también (y sobre todo), a los zapateros que utilizaban aquellas máquinas a diario sin ningún tipo de protección.
Se han documentado casos de vendedores con dermatitis en las manos, por el hecho de introducirlas en el aparto para ajustar el zapato, e, incluso, un caso de amputación de una pierna en un hombre que trabajaba como modelo de zapatos. Es curioso, pero aún con estas incidencias tan graves, los pedoscopios no llegaros a desaparecer de las zapaterías hasta cerca de 1970.
La historia del cacharro viene de varios años antes, cuando el doctor Jacob Lowe, de Boston, lo creó para visualizar rápidamente los pies a los soldados durante la Primera Guerra Mundial. En aquella época se descubrió que multitud de combatientes llegaban del campo de batalla con muchos problemas en los pies a causa de llevar las botas mal ajustadas durante el servicio. Ello provocaba graves daños tras el uso diario durante meses, por lo que ideó el pedoscopio para intentar paliar el problema.
Al terminar la contienda, este fluoroscopio fue modificado para darle un uso más comercial, a la sazón en el campo de la zapatería. En Estados Unidos rápidamente se enamoraron de la máquina en una feria de zapateros, y la mayoría de tiendas de calzado de costa a costa empezó a comercializar su uso como un punto clave de venta.
Por lo tanto, y para terminar, nos han de quedar claras tres cosillas, nada más. Primero: los americanos son siempre los que lo inventan casi todo y lo comercializan a lo bestia; segundo: aquella ciencia que se dona al pueblo es más que probable que venga de algún invento militar; tercero: casi siempre fallan en el tema de guarda de la salud y al final, cuando se dan cuenta, ya es demasiado tarde. Punto y se acabó.
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espero que las radiaciones no hayan perjudicado a los solicitantes de este artilujio. a proposito qiero adquiri uno gracias