El noble retroarte de girar el tornillo del azimut en los casetes del Spectrum

Antiguo Computone
La mayoría de ordenadores de aquella época tenían la mala y sufrida costumbre de aceptar datos externos hacia su memoria desde dispositivos tan avanzados como ellos, esto es, desde delgadas cintas magnéticas enrolladas y encerradas en carcasas rectangulares de plástico; lo que toda la vida se ha conocido como cintas de casete. Para almacenar programas se servían del mismo método, pero haciendo viajar los bits en sentido contrario.
El ZX Spectrum (que en él nos vamos a centrar), en sus primeros años, codificaba todo su software en cintas de casete como una secuencia de pulsos que producían sonidos similares a los de los módem analógicos actuales (¿actuales?). Aquellos mágicos pitidos, hoy mitificados por muchos, se reproducían en un aparato lector de casetes común y corriente, haciendo pasar los baudios al computador por medio de un cable de sonido, mono o estéreo, de conectores tipo minijack clásicos.
ZX Spectrum cargando un juego
Los molestos, y a la vez que encantadores, chirridos del Spectrum se grababan en las cintas magnéticas haciendo uso de una modulación muy fiable y, al tiempo, inusualmente simple, similar a la modulación por ancho de pulsos, pero sin una frecuencia de reloj o período constate. Los impulsos de diferentes duraciones se correspondían con ceros o unos, a saber: un 0
se representaba por un pulso de, aproximadamente (aquí la exactitud brillaba por su ausencia), 244 µs (microsegundos), seguido por un espacio de la misma duración (855 golpes de reloj cada uno a 3,5 MHz), haciendo un total de 489 µs. Un 1
, por su lado, ocupaba el doble de tiempo, es decir, un total de 977 µs. Esto permitía el registro de 1.023 unos y 2.047 ceros por segundo. Por lo tanto, la velocidad de carga de un Spectrum venía a ser, de media, de unos 1.535 bits por segundo, lo que hacía que un programa de sólo 48 KB tardara alrededor de cinco interminables minutos en entrar en memoria.
Cada cinta original venía grabada de aquella manera y, aunque en un principio parece lógico pensar que todas ellas estaban codificadas igual, la verdad es que cada grabadora era de su padre y de su madre, y el volumen, el tono, el balance o la situación física de los sonidos en la cinta magnética podían diferir bastante de unas a otras. Ni te cuento cuando la grabación era pirata, no ya proveniente de las afamadas piezas de software de la época conocidas como copiones, sino de la copia casera en equipos de doble pletina o de la más socorrida y rudimentaria de todas: el duplicado desde tu casete al de tu vecino en una habitación sin ruidos y aguantando la respiración hasta que terminara (¡qué tiempos aquellos!; y, cuidado, algunos juegos copiados así hasta funcionaban y todo).
Con la aparición de los ordenadores ochobiteros, comenzaron a proliferar los reproductores-grabadores de cinta diseñados específicamente para estos menesteres. Los que hasta entonces habíamos tirado del casete Philips de toda la vida conectado al Spectrum, alucinamos con la aparición de los nuevos modelos de lo que se dio en llamar «datasetes», por aquello de ser casetes diseñados para la emisión y recepción de datos. Panasonic, SANYO, Commodore (sobre todo para sus máquinas), DYNADATA (muy típico también en MSX), PhoneMark y, sobre todo, el muy reconocido y extendido Computone fueron algunos de aquellos instrumentos tecnológicos que hacían de la carga de nuestros juegos y programas un auténtico suplicio o la más grata de las experiencias.
Todos (o casi todos) ellos venían con funciones muy útiles para la carga y el salvado de datos como, por ejemplo, contador de vueltas de cinta, reguladores varios, diversas salidas y entradas de audio, lucecitas de estado y, sobre todo, el famoso regulador del azimut. El azimut era un concepto directamente traído de la cartografía, la topografía o la geodesia, en lo que al ángulo (contado en el sentido de las agujas del reloj y a partir del norte geográfico) se refiere.
Las unidades de casete para Spectrum (otros también) disponían de un cabezal lector que se encargaba de interpretar la polaridad de las partículas magnéticas de la cinta, convirtiéndola en sonidos que, posteriormente, el aparato transformaría en bits. Dicho cabezal era basculante, esto es, era capaz de, anclado en un punto fijo, subir y bajar por el otro extremo una determinada cantidad angular. El lado móvil montaba un muelle de sujeción (que le posibilitaba ascender y descender con un control más o menos preciso) y un tornillo diseñado para ejecutar la acción de basculación. Básicamente lo que se observa en la siguiente ilustración.

Detalle del azimut
Este tornillo del que hablamos es el que se conocía como tornillo del azimut o, por extensión, simplemente como azimut. Era el tornillo que nos traía de cabeza a los jovenzuelos de aquella época y el que terminó, en muchos equipos, destrozado, quebrado, destruido, golpeado, sacudido, apaleado y, en algunos casos, hasta incinerado.
En la era dorada del «gomas», como se le conocía a nuestro querido ZX Spectrum, no era para nada infrecuente recibir el típico y fatídico mensaje R Tape loading error, 0:1
al momento de intentar cargar un juego o programa. Aquel temido fallo de carga presagiaba una de las tardes más largas del fin de semana. El primer movimiento pasaba por toquetear los controles habituales como volumen, tono (graves y agudos), balance, cambio de mono a estéreo, etcétera. Las cintas, como decíamos anteriormente, estaban grabadas por equipos distintos, por lo que los diferentes mandos habían de regularse prácticamente para cada carga, siendo la práctica más típica un volumen del 75%, un 100% de agudos y 0% de graves. Además se aconsejaba desactivar los diversos filtros de audio (volumen, Dolby…) y no utilizar equipos Hi-Fi para cargar programas. Aunque todo esto muchas veces servía de bien poco.

Error de carga en un Spectrum
Si el protocolo básico fallaba, tocaba girar el azimut, es decir, controlar el ángulo que formaba el cabezal magnético con la cinta. Parece mentira que dicho ángulo fuera tan importante para que el Spectrum escuchara bien al casete, y es que la música se puede oír mejor o peor, pero en una secuencia de datos, como se pierda uno, date por jodido.

Esquema de la lectura de cinta
El tornillo del azimut, comúnmente el de la derecha del cabezal (por llevar la contraria al esquema anterior), solía aceptar destornilladores planos y de estrella. El ajuste debía hacerse con el casete reproduciendo (modo PLAY
) sobre todo, por aquello de regular a oído, pero también era posible girarlo en parado (modo STOP
o PAUSE
). Lo malo es que algunos modelos de casete, en los que los cabezales no sobresalían de la carcasa al reproducir, no disponían de un agujero practicado al efecto de acceder al azimut, por lo que muchos adolescentes de los ochenta tuvieron que recurrir al bricolaje casero, taladro y broca en mano, para agujerear la carcasa en el punto exacto del dichoso tornillo. También era importante hacer una marca en la posición original del azimut para, en cualquier momento, retornar a los ajustes de fábrica del aparato.
Regular el azimut en tiempo de reproducción mientras se cargaba un juego ─realmente─ era una tontería de rango aleatorio, pues el Spectrum vomitaba errores de carga en cuanto los primeros datos del proceso no le fueran gratos. En este caso, habría que rebobinar la cinta y volver a comenzar la carga mientras se gira el tornillo de nuevo, esperando cualquier cosa. Para evitar este tedioso cometido, se recurría a programas de software que permitían monitorizar los valores de entrada de audio de una manera gráfica hasta dejarlos perfectos, aunque esto no quisiera decir que para determinada cinta funcionaran.

Software de ajuste (Revista MicroHobby, Especial Nº 5, 1986)
Los programas de monitorización eran una especie de carta de ajuste de audio que, tras ser cargados en memoria, permitían visualizar de un modo intuitivo cada uno de los pulsos que el Spectrum recibía, a saber: ceros, unos o el denominado leader; este último se refiere a la señal inicial piloto, antes de la propia carga, acompañada por bandas rojas y cian. Los tres ajustes gráficos mostraban, por medio de unos pequeños cuadros, una vibración mayor o menor en función de la uniformidad y de la claridad de los impulsos recibidos desde el casete; a menor elongación de vibración, mejor calidad. Por medio del tornillo del azimut podíamos regular ese movimiento hasta ajustarlo al máximo. En teoría, el ajuste más preciso debería permitir la carga correcta de la cinta. En teoría.
Según sus diseñadores, el espectro de pulsos en el que trabajaba el Spectrum debía ser compatible con casi cualquier reproductor de cintas de casete y la verdad es que, pese a las diferencias en la reproducción y en la fidelidad del audio, el proceso de carga de software era bastante confiable. Pero, como comentábamos, no era nada extraño recibir en algún momento un error de carga y tener que empezar a tirar de giro de azimut.
Otro método más rudimentario para cambiar el ángulo de la cinta con respecto al cabezal era hundir físicamente con los dedos la casete hacia abajo, ejerciendo más o menos presión hasta que la señal llegara a la perfección. No pocos eran aquellos que iban introduciendo, poco a poco, trocitos de papel doblados de mayor o menor grosor entre la cinta y la tapa hasta que la inclinación del ángulo fuera el deseado. Por supuesto, estos casos eran exclusivos de los reproductores que carecían de azimut y su tornillo, o de aquellos usuarios que nunca descubrieron este mecanismo, que también los hubo.
Aquellos maravillosos años ya no volverán, gracias a Dios. Sin embargo, nadie puede negar el romanticismo que suponía girar un simple tornillo para que pareciera que acababas de solucionar el más complicado algoritmo informático de la historia. Romanticismo visto desde la distancia temporal, claro; en aquel tiempo era una puta jodienda.
Gaviotas + laxante = caos playero
Este vídeo fue subido ayer al Tubo por tres gamberros descerebrados que no tienen otra cosa que hacer que tocarles los cojones a las pobres gaviotas de la playa (o igual no). Se está convirtiendo rápidamente en un meme audiovisual por resultar, para algunos, una acción de troleo a nivel maestro (o igual no).
El acto consiste en impregnar unos cuantos tubos pequeños de las famosas patatas Pringles con una ingente cantidad de laxante líquido y, por lo que se ve, también en pastillas (o igual no). Posteriormente, se las dan de comer a las gaviotas (o igual no), y los pobrecicos animalicos se van de vareta a más no poder en los cielos de un soleado día de playa (o igual no).
No me queda claro si el vídeo es real o es un nuevo viral de esos que sus autores hacen correr como la pólvora para, días después, explicarnos que todo era un montaje y cómo lo han hecho. Me mosquea sobremanera que se vea perfectamente el careto de uno de los maleantes, por lo que he pensado que, o es un gilipollas integral, o es todo mentira. Sea como fuere, en breve nos enteraremos por la marca de turno o por la policía (o igual no).
El vídeo gaviotil escatológico en cuestión
El bosón de Higgs explicado para niños y adultos cateados en física

El señor Peter Higgs
Es bastante complicado que una noticia científica acapare portadas y primeras planas en todos los informativos del mundo y, cuando sucede, la mayoría de la población, profana en la materia, no se entera de la misa a la media de qué demonios es lo que se ha descubierto. Yo no soy un experto en física, ni muchísimo menos, pero sí me considero experto en explicar las cosas muy facilitas, muy facilitas. Así que, de profano a profano, vamos a intentar desenmarañar uno de los descubrimientos más importantes de este siglo.
Hace muchos, pero que muchos años, los físicos del planeta consiguieron demostrar de qué está compuesta la materia: de átomos. Los átomos son unas cositas muy pequeñas que, más o menos unidos entre sí, forman todas las cosas que existen; las mesas, mi mano, tus nalgas, el agua, los coches y las flores, todo está formado por átomos. Sin embargo, y aunque pudiéramos considerarlos como la más mínima expresión de la materia, los átomos, a su vez, están compuestos de bolitas todavía más pequeñas como protones, neutrones y electrones. Algunas de estas incluso se subdividen en otras minúsculas, pero para nuestra explicación no iremos más allá.
Una hormiga está formada por átomos, y un elefante también. Sin embargo no hay que ser muy avispado para darse cuenta de que nosotros somos capaces de coger una hormiga con uno sólo de nuestros dedos, pero no somos tan valientes como para alzar a un elefante en brazos. Evidentemente la explicación más infantil es que el elefante pesa mucho, y la hormiga pesa poquito. Podríamos decir, sin meternos en muchos jardines técnicos, que la masa (o el peso) de algo es igual a la masa de los átomos que lo componen y, por narices, un elefante tiene que tener un copón más de átomos que una simple hormiguita.
Pero el peso no siempre depende del tamaño. El caso es que, si cogemos con las manos una pelota de goma, repletita de átomos hasta arriba, podremos comprobar que no es muy pesada, pero si hacemos lo mismo con una bola de madera del mismo tamaño (de esas de jugar a los bolos) nos costará bastante más levantarla. Un ejemplo más preciso podría ser el comparar los pesos de un lingote de oro y un lingote (exactamente del mismo tamaño y forma) de plástico. Son iguales, por lo que parece lógico pensar que pueden tener más o menos los mismos átomos (protón arriba, protón abajo), sin embargo el oro pesa bastante más que el plástico. ¿Por qué?
Esa ha sido siempre la gran duda que invadía los privilegiados cerebros de los físicos, ¿qué es lo que proporciona la masa a la materia y por qué algunas cosas pesan más que otras, cuando están compuestas todas de átomos? ¿Por qué un electrón, que es una partícula elemental (no se puede subdividir), no tiene mucha masa y un quark (otra partícula elemental que tienen dentro, entre otros, los protones) tiene muchísima masa? Ambas serán más o menos del mismo tamaño, pero una pesa asaz más que la otra. Incluso existe alguna, como el fotón (sí, el de la luz), que ni siquiera tiene masa. ¿Cómo es posible que bolitas tan pequeñas del mismo tamaño alberguen tanta diferencia en sus masas?
En los años sesenta del siglo pasado, el físico británico Peter Ware Higgs, el mismo que lloraba el otro día a moco tendido en Ginebra tras el anuncio del CERN de que sus suposiciones son ciertas, teorizó sobre este asunto. Él especuló sobre la existencia de un algo, que no podemos ver, alrededor de todas las cosas y que interactúa con las partículas de los átomos y les proporciona su masa. Supongamos dulcemente que ese algo es una gelatina de fresa invisible e indetectable que rodea a toda la materia, pero a toda, a toda: a los elefantes, a las hormigas, a nuestros átomos, a los átomos de los relojes de cuco, a los árboles, a las nubes y, en general a todo el Universo. Está por todos los lados y nos rodea como si fuéramos caramelos de chocolate dentro de esa afresada gelatina.
Ese algo es lo que se dio en llamar campo de Higgs, en honor a este caballero. Las partículas elementales de nuestros átomos interaccionan con el campo de Higgs al pasar por él de una manera más o menos importante; las que interaccionan mucho reciben mucha masa, las que interaccionan poco reciben menos masa y la que no interaccionan pasan por dentro de él sin pena ni gloria.
Utilizaremos ahora la analogía que el propio CERN ha expuesto en alguna ocasión de manera didáctica. Imaginemos el campo de Higgs como el agua del mar, está por todas partes rodeando a sus habitantes. El agua está formada por moléculas que, en esta analogía, representarían los bosones de Higgs. Una sardina es un pez pequeño y puntiagudo, por lo que se mueve con mucha soltura en el mar, corriendo como loca de aquí para allá. No opone prácticamente resistencia al agua, por lo que se consideraría que tiene poca masa o poco peso. Por otro lado, una gran ballena es un animal enorme rodeado de muchísima agua a la que tiene que ejercer oposición para desplazarse lentamente, considerando pues que tiene muchísima masa.
El campo de Higgs está lleno a reventar de partículas llamadas bosones de Higgs. Como lo tenemos por todos los lados, se supone que algunas de las partículas interactúan con ese campo de forma muy lenta, absorbiendo mucha masa. Otras pasan más rápido recibiendo poca masa y, otras, como los fotones, pasan tan folladas de velocidad que los bosones ni se enteran de lo que ha sucedido y no pueden ni entregarles una miajita de masa. Esta sería la explicación a por qué algunas cosas tienen más masa y peso que otras.
El caso es que los bosones no se pueden detectar tan fácilmente. Realmente es prácticamente imposible detectarlos, porque se desintegran casi en el mismo momento de aparecer. Lo que sí puede ser detectado es el cúmulo de residuos que dejan al desintegrarse. Pero para ello hace falta generar muchísima energía, casi tanta como la que se produjo en el Big Bang, aquel famoso día en el que se creó el Universo.
Para tal menester, el hombre racional creo el LHC en la frontera franco-suiza, el acelerador y colisionador de partículas más grande del mundo. Es un anillo gigantesco en forma de túnel por el que se envían haces de protones en direcciones opuestas a una velocidad muy cercana a la de la luz, o sea, que te cagas de rápido. Cuando lo protones chocan, aparecen instantáneamente los bosones de Higgs y se esfuman en el momento, dejando los residuos de los que hablábamos antes y que pueden ser mensurados.
Los científicos del CERN, mediante el uso del LHC, han conseguido demostrar, pues, que esos bosones de Higgs existen, lo que implica que también existe un campo de Higgs en rededor de todas las cosas y que la circulación de las distintas partículas a través de él proporciona la masa a éstas.
Supongo que ahora las vías de investigación son infinitas, porque habrá que ver cómo se produce ese proceso exactamente y por qué determinadas partículas subatómicas reciben más masa que otras. Las futuras aplicaciones prácticas las desconozco, pero si algo de esto se puede utilizar para la guerra, ya veo al FBI y a la NSA cerrando cautelarmente el CERN hasta nueva orden. Es lo que tiene la ciencia, su parte buena y su parte menos buena.
Histórica entrevista al pirata informático George Gold hace veinte años

'Guía del pirata informático'
El volumen es un cúmulo de buenas intenciones que intenta vender el mundo del lado oscuro de la piratería informática desde un punto de vista muy, pero que muy, políticamente correcto. Por otro lado algo lógico, pues supongo que el autor no quiso meterse en jardines de los que luego le iba a resultar muy complicado salir bien.
Pero lo que más me gustó de él fue que uno de los capítulos es una entrevista íntegra al señor George Gold, apodado Magister, a la sazón uno de los mejores y más reputados y reconocidos hacker del planeta. Actualmente retirado, Gold consiguió muchos botines en su carrera, pero el más recordado fue un famoso desfalco de cien millones de dólares a una entidad bancaria, fechoría que llevó a cabo en 25 minutos y en la que no dejó huella, por lo que no se le pudo juzgar por ello.
Paso a transcribir la entrevista de manera completa. Resulta curioso leer sus respuestas que son una mezcla de orgullo, petulancia y altanería, pero con ese puntito de cuatrero romántico que terminas por decir «joder, si tiene toda la puta razón; qué se jodan». Vamos a ello.
Sería difícil de explicar a los lectores la importancia que puede tener para cualquier periodista conseguir una entrevista con un personaje del renombre de este famoso pirata informático. Desde hace aproximadamente seis años ha arrasado con la industria del software, creando serios problemas a las más prestigiosas empresas del sector. Se han escrito ríos de tinta sobre él, sin embargo, nunca se mostró tan abierto y sincero en sus declaraciones como en esta ocasión.
Se trata de George Gold. Su aspecto físico dista mucho de el de los piratas legendarios, de parche en el ojo, pestilentes vestimentas y gancho en mano. Éste viste moda italiana y en su muñeca encontraremos un Rolex, que nada tiene que ver con el garfio de metal oxidado.
Muchas gracias por concedernos estos minutos, Sr. Gold. Puesto que conocemos el valor de su tiempo, intentaremos no entretenernos con preámbulos y pasar directamente a la entrevista.
Cuando guste.
Sr. Gold, un hombre de su categoría profesional, ¿no se siente molesto cuando se le atribuye el término «pirata»?
No, en absoluto. Sólo hay que conocer un poco las connotaciones de este término para sentirse profundamente halagado. Los románticos, que eran gentes refinadas e instruidas, supieron dignificar convenientemente la piratería porque tras ella respiraba el ingenio y la genialidad de la que carecía el resto de la sociedad. Los hombres legales de nuestro siglo pasado sólo eran mediocres, cuya única posibilidad de supervivencia consistía en acogerse a las leyes que les protegían de la habilidad de estas «minorías», lógicamente marginadas.
Nunca me ha importada saberme un ser minoritario, me proporciona un cierto placer. De hecho, es uno de los premios de mi trabajo.
La moralidad pública es dudosa y tiene inconfesables motivos para existir. Podría ponerle ejemplos que levantarían ampollas, pero en este momento no está en mi ánimo crear expectaciones respecto a temas similares.
¿Podría decirnos cómo empezó usted en el pirateo profesional del software?
Bueno, fue una trayectoria simple y extremadamente común. Los prohibitivos precios del software legal creaban acuciantes necesidades entre los estudiantes y aunque, generalmente, conseguir copias era fácil, algunos programas especialmente protegidos se resistían. Ahí entraba yo. Fue una época interesante y divertida. Nunca he recibido tanto agradecimiento por mis trabajos —por importantes que fueran— como por aquellas chapuzas menores destinadas a mis compañeros de facultad.
Me llamaban «Magister», pero tras aquel tono festivo y divertido en el que se decía, existía una indudable admiración. No puedo negar que me encantaba.
Se llegó a crear una interesante competencia entre los más hábiles y un cierto recelo hacia los iniciados.
En el fondo, como ves, todo resulta bastante romántico.
Usted, ¿calificaría así el desfalco de cien millones de dólares que realizó en una prestigiosa entidad bancaria?
¿Por qué no? De todos modos, los calificativos nunca me quitaron el sueño. En este caso ni la policía ni la entidad bancaria en cuestión supieron defender sus intereses; la verdad es que ambas languidecen por una anémica capacidad de respuesta. No me siento responsable de ello y, evidentemente, tampoco pienso reivindicar mis derechos a ser detenido. Los clientes del banco y otras posibles partes interesadas son los que deben exigir entre los responsables de tan hiperbólica incompetencia en sus sistemas de seguridad.
No obstante, la próxima ocasión proporcionaré más pistas, con el fin de ofrecer algún arma defensiva; soy una persona considerada. Nunca me han gustado los éxitos aplastantes, prefiero encontrarme con un adversario difícil: los frutos resultan más gratificantes.
¿Considera que los cien millones han sido poco gratificantes en su vida, Sr. Gold?
No, no, de ningún modo; han resultado muy útiles. No obstante, si al dinero añades emoción en el trabajo, obtienes la combinación perfecta. Un desfalco es una operación apasionante, pero desanima un poco conseguirlo de un modo tan sencillo. Sólo necesité veinticinco minutos.
¿Cree usted que su éxito en esta asombrosa operación, y el hecho de que en su momento no se encontraran pruebas al respecto, puede mover a otros expertos a actuar en esta misma línea?
Quizá, no sé. Creo que mucha gente puede disponer de veinticinco minutos para intentar gestionar alguna operación de interés a través de su ordenador.
Sr. Gold, ¿es usted consciente de que sus declaraciones resultas provocativas y escandalosas? ¿No teme despertar la ira contenida de las autoridades competentes?
¿De qué autoridades me habla? No, no, no temo nada de eso. Vivo alejado del mundanal ruido, en una pequeña casa de la ribera francesa. No obstante, aún allí llegan todavía los ecos de algunas declaraciones y noticias mucho más escandalosas que éstas. ¿No cree?
Bueno, en este caso no soy yo quien debe opinar. Me limito a hacerle algunas preguntas, Sr. Gold. No sé si querrá responder a la próxima. ¿Podría comentarme algún otro hecho ilícito que usted considere importante?
Nunca me ha gustado calificar mis trabajos de ilícitos. Absolutamente todos mis trabajos son lícitos, puesto que resultan eficaces y sólidos. Nunca trabajo de otro modo. Si se refiere usted a algún asunto ilegal, le podría comentar varios que no sé si resultarán interesantes.
Hubo uno que me divirtió especialmente. Conseguí entrar en un sistema de seguridad de una importante empresa alemana alterando todos los ficheros de seguridad de sus clientes. Aquel desajuste sumió en estado patológico-depresivo a algunos de los responsables informáticos cuyo futuro en la empresa estaba en juego. Se ofrecieron a pagar personalmente parte del rescate que les exigía a cambio de conocer el sistema que había utilizado para burlar su protección. Hasta entonces habían tenido una fe ilimitada en sus trabajos, y ahora todo se les venía abajo.
Estuve tentado de hacerlo, pero mi sentido común me frenó a tiempo. De aquella operación obtuve una importante suma y una indudable satisfacción intelectual. En este caso, los informáticos a los que me enfrentaba eran auténticos profesionales, aunque cometieron algunos descuidos técnicos imperdonables.
Tuve otra experiencia similar en EE. UU. En esta ocasión era una empresa naviera. Tras desproteger el programa que centralizaba toda la información sobre las idas y venidas de los barcos, borré algunos datos y los sustituí por otros que no despertaban la menor sospecha; de este modo se creó una lamentable confusión. Aquello provocó más de una importación o exportación desaforada. Me divertí pensando en el cargamento de madera que llegaría a una empresa genovesa cuyo pedido real consistía en unas cuantas toneladas de carne congelada.
De hecho, todo ello no se habría producido si la ineptitud del departamento de informática no hubiera llegado tan lejos. Ni siquiera apreciaron la señal del programa que les advertía del secuestro de la información. Finalmente, todo llegó a bueno puerto —y nunca mejor dicho—. Se enderezaron los entuertos y yo cobré mi trabajo. Eso es todo.
Podría contarle muchas más batallitas de este estilo. Los límites de la informática dependen exclusivamente de la dosis de imaginación y pasión que pongas en tu trabajo.
Habla usted de pasión. ¿Se puede hablar de sentimientos tan fuertes?
Claro, es capaz de despertar a la vez interés, divertimento, cierta dosis de amor por lo creado y adicción al método de trabajo.
Desde hace tiempo se hizo usted con una leyenda negra. Se hablaba de una importante adicción al alcohol y a las drogas. Se comentaba que sus mejores ideas eran fruto de estados de enajenación debido a este hecho. ¿Recuerda usted haber leído estos comentarios en la prensa?
No, nunca se publicó nada similar en la prensa, pero circularon bulos de este tipo durante un buen periodo de tiempo. Es lógico, después del desfalco que antes comentábamos. Un desfalco es muy impopular, lo cual he creído siempre debido a un oculto deseo de cada cual de ser el protagonista del mismo. Aunque, quizá sean sólo elucubraciones mías y todo se deba a un sorprendente sentido de la moral y el civismo.
En cualquier caso, lo de la droga y la adicción fue una respuesta airada a este hecho. Sin embargo, no me parece vergonzoso ningún sistema de motivación mental que produzca frutos realmente interesantes.
Sería incalculable establecer listas de grandes genios del arte y la ciencia que recurrieron a algún tipo de excitante. La sociedad les admira y encomia siempre tras su muerte. Es la eterna hipocresía social. No hay que hablar de Van Gogh ni de otros personajes de más allá de sus ibéricas fronteras; ahí tienen ustedes la polémica obra de Gaudí irguiendo la enajenación mental de un autor hacia el cielo.
¿Considera usted que su ingenio informático es comparable al de creadores tan geniales como los que ha citado?
Yo no puedo contestar a esa pregunta. El valor de los monstruitos que crea cada doctor Frankenstein pasa siempre a subasta pública. Normalmente, como le decía antes, los autores de la criatura no descubren nunca el éxito de su obra puesto que han fallecido cuando se les reconoce. Esto ha provocado profundas amarguras y angustias, aunque no es mi caso. Tengo suficiente con vivir de mi trabajo y tener pleno convencimiento de la calidad del mismo. Procuro no dejarme atrapar por la vanidad, aunque considero que es uno de los sentimientos más dignos del ser humano.
Sr. Gold, cambiemos de tema. Háblenos de sus aficiones. ¿Es usted una persona de gustos extravagantes y extraños en relación a sus lecturas, por ejemplo?
No, en absoluto. Sin embargo, mi atención se concentra especialmente en un tipo de literatura: la de ficción. He leído todas las obras de calidad que han salido al mercado y a menudo he reincidido en algunas de ellas. La práctica de la relectura es muy interesante. El libro nunca vuelve a ser el mismo tras un primer acercamiento; se descubren nuevos niveles de lectura y resulta divertido.
Suelo leer también novela; algunas me han producido un gran placer. Ahora me viene a la memoria la popular ‘Conjura de los necios’, de John Kennedy Toole. Como ve, no tengo gustos extravagantes. Con ella casi caí en la práctica de la relectura. Es deliciosa, y viene a cuento además por lo que veníamos comentando respecto al no reconocimiento de la obra en vida del autor. Siempre que la editorial le devolvía su manuscrito moría un poco. De hecho, su suicidio manifiesta la profunda amargura que yacía tras la clarividente denuncia de la necedad social. Sin embargo, sus personajes consiguen hacernos reír a menudo. Es una novela vibrante, excelente.
Mi afición por la literatura española es más bien leve; sin embargo, leí a sus clásicos en mi juventud y me deleité incluso con sus poetas, cosa bastante inusual en mí, ya que me siento poco proclive a la poesía.
¿Y su vida familiar?
Bien, gracias.
Perdone, Sr. Gold. Si le molesta no le haré más preguntas al respecto.
No, no me molesta. Mi vida es plácida y sencilla. Vivo austeramente en mi casa con mis perros y mi amable asistenta, una encantadora anciana cuya destreza en los quehaceres domésticos es encomiable. Estoy bien así; nunca sentí deseos procreativos y la vida en pareja me parece algo incómoda, así que no puedo ofrecerles nada interesante en este campo.
¿Su vida retirada le es fundamental para pensar o podría trabajar igualmente en el bullicio de la ciudad?
He trabajado mucho tiempo bajo la presión de estresantes horarios y sometido a aleatorios criterios ajenos, en medio del delirante ritmo de despachos rebosantes de funcionarios disfrazados de programadores, chocando unos contra otros como moléculas de un gas. No me gustó, pero resultó interesante conocer todo eso para apreciar las posibilidades que brindan la soledad y el retiro.
Algunos informáticos consideran fundamental situar su domicilio habitual en el centro neurálgico de la información. Informáticos legales, legalistas y piratas coinciden en ello. Es un error. Le aseguro que nunca estuve tan al día como ahora. Obtengo la información que deseo y dispongo del tiempo y el espacio adecuados para meditarla. Evidentemente, es sólo una opción. No intento convencer a nadie. Sería horrible descubrir un día que mi solitaria morada se fuera rodeando de otras casitas construidas para informáticos a quienes yo mismo hubiere convencido de abandonar la urbe.
No, no, la ciudad cuenta con otras ventajas de las que se carecen en estos retirados parajes, por eso por aquí hay tan poca gente. De hecho, a lo largo de este tiempo, sólo he tenido un vecino. A unos 5 kilómetros de casa vivía un escritor; nunca logró vivir de sus libros. Gozaba de una buena posición económica y no necesitaba encadenar su tiempo a ningún agobiante trabajo sin interés. Escribía algún artículo para diversos periódicos franceses y tocaba el violín frenéticamente cuando no lograba escribir más de dos líneas de sus inéditas obras. Le aseguro que la actividad intelectual de aquel señor triplicaba a la de cualquier profesor universitario de la gran ciudad y quintuplicaba la de cualquier mente pensante del mundo informático urbano. Sus pensamientos no sólo eran copiosos, también eran profundos.
La capacidad de ahondar profundamente en las ideas que desarrollo con mi máquina tienen mucho que ver con mi manera de valorar mi propio trabajo y mi propio tiempo.
Volviendo a su prestigiosa actividad como programador-pirata, ¿es cierto el rumor que corre respecto a sus actividades en la URSS? Me refiero a la acusación de espionaje que lanzó sobre usted la policía secreta soviética. Se dijo que usted pirateaba información de vital importancia a nivel de estrategia militar y la pasaba a EE. UU.
Bueno, ciertamente realicé algún trabajo esporádico para la CIA. Necesitaban buenos profesionales, y sus demandas están siempre convenientemente retribuidas; no veo por qué debía negarme. Nunca he sentido ninguna debilidad política, ni tampoco me interesa especialmente la política internacional, pero reconozco que, a ciertos niveles, los recursos técnicos son envidiables, y cualquier profesional estaría encantado de tener acceso a ellos.
Entonces, ¿usted reconoce haber trabajado para el servicio de espionaje americano?
Por supuesto; como le he dicho antes, resultó muy interesante. Conseguí realizar un trabajo de incuestionable calidad.
La Unión Soviética cuenta con eficacísimos sistemas de seguridad, así como con unos técnicos de alto nivel profesional. Fue muy satisfactorio saltarme todo su montaje, aunque no por ningún tipo de móvil político sino exclusivamente técnico. No me habría importado realizar el mismo trabajo para los soviéticos si me lo hubieran pedido.
Sr. Gold, ¿podría decirnos cómo un hombre joven como usted ha alcanzado ya tan vasta y sólida formación?
Bueno, ciertamente soy un informático joven, aunque también la materia que nos ocupa lo es relativamente. A éste, como a cualquier otro objeto de estudio, sólo se llega verdaderamente si el estudioso en cuestión se convierte en un adicto del mismo. Es fundamental divertirse trabajando y, por supuesto, contar con material de primera mano: todos los buenos libros publicados, todos los buenos programas y sus respectivos manuales, así como las revistas de actualidad, deben estar a mano.
En mi caso fue fácil durante el comienzo. Mis primeros años de estudiante estaban marcados, como los de cualquiera, por una cierta penuria económica; de modo que el pirateo fue mi habitual remedio de conseguir cuanto necesitaba. Siempre me he jactado de tener una de las más amplias bibliotecas de informática conocidas, así como de una fantástica sala de recursos. Así llamo yo al salón donde tengo archivados lo programas y manuales conseguidos a lo largo de toda mi carrera. Cada uno de ellos forma parte de algún botín cuya historia siempre suele tener anécdotas curiosas, aunque no las contaré.
El orgullo de lo indebidamente poseído puede atraparnos hasta convertirnos en personajes que repiten sus batallitas cual seniles ancianos. Sin embargo, no puedo evitar decirle que se requiere un virtuoso sentido el hurto para conseguir tanto material desde tan tierna edad. Siendo casi un crío ideé un sistema para que unos grandes almacenes donde «compraba» habitualmente mi material, desviaran sus facturas hacia lugares menos inhóspitos que mi cuenta bancaria. Aquello me proporcionó años de feliz complacencia.
Sr. Gold, ¿es cierto que se ha creado en su país un centro de jóvenes piratas donde se reúnen un importante número informático-adictos para estudiar sólo sus programas? Un prestigioso periódico del lugar publicó que en las paredes de este local colgaban fotografías suyas, tamaño póster, y que se había convertido en una especie de club de fans donde mitómanos incontinentes se debatían en acalorados debates sobre su persona.
Bueno, no creo que se trate exactamente de un club de fans; simplemente es un club de jóvenes informáticos que ha decidido poner mi nombre a su centro de reunión. No tengo el gusto de conocer a todos sus miembros, aunque espero encontrar el momento de visitarles en días próximos. Sin embargo, conozco a los principales socios fundadores y no resulta difícil advertir en ellos un ingenio e inteligencia extremadamente despiertos. Les auguro interesantes botines y no puedo menos que brindar mi apoyo a sus brillantes empresas en el futuro. Me encantaría apoyar a las grandes promesas de la informática-pirata. Verles progresar proporciona una gratificante sensación de continuidad en el tiempo; quizá sea algo paternalista por mi parte.
Sr. Gold, ha sido un auténtico placer haberle hecho esta entrevista. Desgraciadamente no tenemos más espacio para ello, aunque sólo por el momento. Espero que no se haya sentido incómodo en ningún caso y que tenga a bien repetir este encuentro en alguna otra ocasión. Gracias de nuevo.
Gracias a ustedes.
teknoPLOF! INTO alt-tab #7

teknoPLOF! INTO alt-tab
Leap utiliza un algoritmo matemático que mapea un trozo de nuestro espacio 3D convirtiendo los movimientos de manos y dedos en órdenes directas para el ordenador. Sin embargo, el autor de esta entrada no las tiene todas consigo en lo que se refiere a la utilidad de este novedoso aparato.
El post, vía alt-tab, aquí: http://alt-tab.com.ar/a-saltos-con-el-dedito-para-aqui-y-el-dedito-para-alla/