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Lectrascan, la máquina que revolucionó Wall Street en la década de los sesenta

Lectrascan

Los sistemas de datos del mercado de valores son los instrumentos que permiten comunicar la información sobre valores y transacciones bursátiles desde las distintas bolsas hasta los corredores y los comerciantes de acciones. En las primeras bolsas de valores, en Francia en el siglo XII y en Brujas e Italia en el XIII, los datos sobre los intercambios eran redactados por escribas y transportados por el correo de la época. Ya a principios del siglo XIX, Reuters enviaba datos mediante palomas mensajeras entre Alemania y Bélgica.

A finales de la década de 1860, en Nueva York, había un grupo de hombres jóvenes —a los que se les conocía como runners, o ‘corredores’— que llevaban a toda prisa los precios desde la bolsa, a la sazón en Broad Street, hasta las distintas oficinas de la ciudad. En ellas, los valores se publicaban a mano en grandes pizarras y se actualizaba constantemente con tiza por operarios, que usaban mangas de piel para que no borraran los precios accidentalmente al escribir. La Bolsa de Valores de Nueva York es conocida como el Gran Tablero (Big Board), quizás debido a aquellos grandes pizarrones de tiza.

Bolsa de Nueva York (1929)

Asimismo, desde hacía unos pocos años se publicaba el New York Price Current, una suerte de panfleto muy básico donde se reflejaba el valor de las acciones y, también, los precios de varios productos básicos. Pero no sería hasta 1884 cuando la compañía Dow Jones publicara los primeros promedios bursátiles de manera regular, hasta que, en 1889, apareció el primer número del Wall Street Journal.

Tras todo aquello, llegó un telégrafo, mejorado por Thomas Edison, específico para corretaje (usaba caracteres en lugar de código morse) y hasta un retroproyector (de la empresa Trans Lux Corporation) que reflejaba las imágenes del rollo telegráfico en una pantalla para que todos en la oficina pudieran seguir el cambio de valores, y es que la inmediatez era tan importante que, en las épocas de mayores volúmenes de negociación, había momentos que las maniobras manuales eran tan lentas que provocaron más de un momento de pánico entre los inversores al no conocer al instante el cambio de un valor.

Sin embargo, si hubo algo que revolucionó el mundo de las finanzas bursátiles, por la inmediatez de la información, fue el aparato conocido como Lectrascan, un sistema de visualización inmediato que la compañía Ultronics Systems presentó en agosto de 1963. Lectrascan era un rudimentario instrumento electrónico que permitía recibir las cotizaciones, a través de una línea de teletipo, desde la bolsa prácticamente en tiempo real.

Lectrascan

La diferencia con el teletipo convencional consistía en que Lectrascan disponía de un teclado para operar y de una pantalla analógica de filamentos incandescentes para visualizar el dato concreto. El corredor de bolsa únicamente debía presionar algunos botones —una combinación de dos letras que representaba a cada empresa importante de Wall Street y una tecla de función para el valor requerido—, y la pequeña pantalla de tres dígitos mostraba el precio solicitado, el último dividendo, las últimas ganancias, etcétera, en función de la acción pulsada.

Este sistema electrónico de visualización operaba a partir de los impulsos eléctricos recibidos directamente de las líneas de teletipo de la bolsa. Mostraba caracteres fijos (naranja sobre negro) que cambiaban a intervalos establecidos, por lo que se podía «programar» para visualizar una única cotización cada cierto tiempo, algo que era prácticamente impensable en aquel precámbrico de la tecnología. El operador introducía las instrucciones y la máquina respondía al recibir señal desde el otro extremo, mostrando las cotizaciones de fracciones sólo en octavos.

Lectrascan

En menos de un año, Lectrascan tuvo un inmenso impacto en el mercado de las pantallas de teletipos. El tamaño de la estimación de dicho impacto depende de a quién se le pregunte, pero lo cierto es que en 1964 había ya más de 1000 unidades operando en las oficinas de los corredores de bolsa de Estados Unidos y Canadá.

Un invento tecnológico que hoy, con la inmediatez de la información que desbordamos por las múltiples pantallas, nos parecería poco digno de llamar la atención, pero, en aquel momento de la historia, muchos corredores de bolsa e inversores se llevarían su buen dinero por el hecho de adelantarse a la competencia. La información es poder, no cabe la menor duda.

Power Balance: quince años del último timo masivo de la estampita

Power Balance

Llegados a un 2022 en el que la ciencia ha puesto en jaque mate a seudociencias como la homeopatía, a alumbrados cósmicos como los antivacunas o a estupideces excesivas como las estelas químicas o chemtrails, parece realmente absurdo que hace sólo diez o quince años, una pulsera siliconada de poderes élficos extrasensoriales empapara el subconsciente colectivo de las sociedades de muchos países hasta tal nivel de calado que se puede considerar como la última gran estafa planetaria a gran escala que se recuerda.

Todo empezó en 2007. Troy y Josh Rodarmel, dos hermanos treintañeros residentes en Orange County, California, lanzaron al mercado la pulsera Power Balance de la noche a la mañana. El propio Josh explicaba así el invento a la revista deportiva ‘SLAM’: «Hemos introducido, en hologramas, frecuencias que reaccionan positivamente al campo magnético del cuerpo. Todo tiene una frecuencia, al igual que los móviles, el wifi, las ondas de radio y cosas del estilo, y todas reaccionan entre sí. Hay frecuencias que reaccionan negativamente con el cuerpo, pero otras lo hacen positivamente. Hemos descubierto cómo meterlas en un holograma que, en contacto con el cuerpo, te proporciona equilibrio, fuerza y flexibilidad«.

Power Balance

Para promocionar aquel magnético milagro, los hermanos Rodarmel —aficionados al surf— repartieron 50.000 pulseras Power Balance entre los asistentes a una feria de deportes de acción de San Diego. También regalaron ejemplares a algunos de sus amigos, como Mark Sánchez, del equipo de fútbol americano New York Jets. Después, ficharon a más deportistas, como el baloncestista Shaquille O’Neal o el piloto de Fórmula 1 Rubens Barrichello. El fenómeno mercadotécnico extremo estaba en marcha.

En el año 2009, la Power Balance llega a España a través de una sucursal que la empresa abre en Fráncfort del Meno (Alemania) para planear su expansión en Europa. José María Manzanares, director de Power Balance Madrid, afirmaba en aquel entonces que Power Balance era una empresa tecnológica, pero que su tecnología no se podía revelar porque, literalmente, «eso es secreto, como la fórmula de la Coca-Cola».

La engañifa fue tan estamental que enseguida comenzaron a lucir en sus muñecas una Power Balance deportistas de fama (Cristiano Ronaldo), famosillos de tres al cuarto (Belén Esteban), políticos (Ignacio González), periodistas (Antonio Lobato) y demás gente de condición pública. La compañía logró participar en multitud de eventos, como torneos de pádel, de golf, de hípica o de surf, y llegó a patrocinar oficialmente el Madrid Open de Tenis del año 2010. Power Balance financió también a deportistas como Pablo Gutiérrez (surf), Eva Castro (mountain bike), Fidel Alonso (snowboard) o Azahara Muñoz (golf), que cobraban por llevar visible la pulsera. Asimismo, firmó un acuerdo comercial con la productora Zeppelin, gracias al cual los concursantes de ‘Fama’ (Cuatro) y ‘Gran Hermano’ (Telecinco) usaban y promocionaban la pulsera.

Fabricar una Power Balance costaba menos de un euro, sin embargo, se vendían por precios que oscilaban entre los 32 y los 43 euros, según modelo. Sus propiedades eran claras: incrementaban la fuerza, la flexibilidad y la resistencia. Esto resultaba ser un nuevo recoveco del tipo del de vender agua azucarada sanadora a precio de sangre de unicornio. El margen de beneficio era abrumador, por lo que no tardaron en salir empresas que aseguraban utilizar la misma técnica holográfica: EFX, Equilibrium, Ion Balance, Powerplus, Power equilibrium, Trion-Z, Energy balance, Harmony zen…

Power Balance

Como no podía ser de otra manera, los médicos alzaron la voz, explicando que no existía ni una sola evidencia científica de que la Power Balance funcionara y que la empresa no había podido aportar ningún estudio al respecto. En abril de 2010, FACUA denunció las pulseras Power Balance ante las autoridades sanitarias por atribuir propiedades seudomilagrosas a sus pulseras y otros productos como colgantes, tarjetas plásticas o pegatinas. Y es que, según el Real Decreto 1907/1996 (de 2 de agosto) sobre publicidad y promoción comercial de productos, actividades o servicios con pretendida finalidad sanitaria, se prohíbe expresamente la publicidad de productos, materiales, sustancias, energías o métodos «que sugieran o indiquen que su uso o consumo potencian el rendimiento físico, psíquico, deportivo o sexual», «sin ajustarse a los requisitos y exigencias previstos en la Ley del Medicamento».

El pleito se dirimió con una multa de 15.000 euros a Power Balance y el consentimiento de que siguieran vendiendo sus pulseras en el mercado, algo que se consideró una ridiculez y una muestra del desinterés de las autoridades de salud y consumo. Y es que Power Balance España, en aquel abril del año 2010, presumía de haber vendido 300.000 pulseras milagrosas por todo el territorio nacional, lo que suponía unos ingresos de unos 10 millones de euros. Un escándalo, sin duda.

Pero a todo cerdo le llega su San Martín y, a finales de 2010, la propia compañía publicó un comunicado en Australia advirtiendo de que los efectos de las pulseras no estaban sustentados por evidencias científicas. Además, la empresa ofreció devolver su dinero a los australianos que así lo desearan. En noviembre de 2011, Power Balance fue condenada por estafa y obligada a indemnizar con 57 millones de dólares a un grupo de consumidores en Estados Unidos.

Y así terminó uno de los grandes timos de la estampita del siglo XXI. Mi total desprecio a todos aquellos que quieran aprovecharse de estos elementos para engañar al común vulgo, pero mi absoluta admiración a aquel que es capaz de generar una campaña de mercadotecnia tal como para convencer a tantos millones de personas a lo largo y ancho del mundo. Eran unos estafadores, pero unos estafadores de guante blanco.

La guerra entre ARC, ZIP y ARJ: comprimiendo en el pasado

Mientras que, hoy día, las aplicaciones de compresión de archivos han ido perdiendo popularidad debido a los holgados medios de almacenamiento de los que disponemos y, también, a los altos anchos de banda que manejamos para conectarnos los unos con los otros, hubo un tiempo en el que eran prácticamente imprescindibles para poder compartir un fichero medianamente voluminoso dentro de una BBS o para poder guardar el último juego conseguido en varios disquetes de 3,5 pulgadas. A lo largo de los años han ido existiendo múltiples algoritmos de compresión genéricos y específicos (para imágenes o sonido, por ejemplo), pero la pequeña guerra entre tres que hubo en los años ochenta y noventa del siglo pasado transformó la historia y la convirtió en la hoy recordamos.

Corría el año 1985 cuando Thom Henderson, de la compañía SEA (Systems Enhancement Associates), alumbra un algoritmo al que llama ARC (desarrollado en lenguaje C), un sistema encapsulado en una aplicación que permitía empaquetar y comprimir archivos haciendo que ocuparan menos espacio físico real en un disco; una revolución que movió los cimientos de los ordenadores personales de la época y la forma en la que se comunicaban. Eran los tiempos de las BBS, con FidoNet al frente mundial, quien, precisamente, contribuyó a la difusión masiva de los primeros ficheros comprimidos que permitían facilitar las descargas desde aquellos precámbricos tablones de anuncios electrónicos y, además, ahorrar ancho de banda.

Thom Henderson
Thom Henderson

Al calor de ARC y un par de años después (1987), otro desarrollador, Phil Katz, de la empresa estadounidense PKWare, lanza al mercado PKARC (Phil Katz ARC), un algoritmo compatible con el ARC original pero mucho más rápido y eficiente, pues estaba programado directamente en ensamblador. Según PKWare fue una mejora inspirada en ARC; según SEA, un plagio en toda regla. De hecho, el código fuente del software de SEA se encontraba disponible de manera oficial en el BBS de la propia compañía. Además, Katz convirtió el software original en dos herramientas totalmente diferentes, una para comprimir y otra para descomprimir, algo que reducía mucho la necesidad de memoria para su ejecución en sistemas operativos que contaban con gestión de memoria protegida, como MS-DOS.

Thom Henderson
Phil Katz

SEA terminó por demandar a PKWare por infringir el copyright del formato ARC, litigio que consiguió ganar en el verano de 1988, por lo que PKWare tuvo que retirar su software, al que acabaría rebautizado como PKPAK. Sin embargo, lejos de intentar quedarse en un segundo puesto, PKWare diseñó y colocó en el mercado (en 1989) un nuevo algoritmo al que llamó ZIP («cremallera», en inglés) y que mejoraba considerablemente las capacidades de ARC. Asimismo, liberó toda la documentación técnica sobre el formato y desarrolló dos aplicaciones independientes: PKZIP, para comprimir, y PKUNZIP, para descomprimir.

El formato ZIP fue una losa en el sepulcro de ARC. Phil Katz consiguió unas ratios de compresión muy elevadas para aquel momento, unidas a velocidades de actuación comparables a las de PKARC. El mundo de las BBS se rindió a ZIP, y también el día a día de los usuarios de ordenadores personales, que utilizaban la compresión para hacer de sus documentos y de sus aplicaciones un algo más manejable, transportable y compartible. Pero cuando todo parecía ir viento en popa para PKWare, el desarrollador Robert K. Jung llegó al mercado con ARJ en 1990.

 Robert K. Jung
Robert K. Jung

ARJ (Archived by Robert Jung) conseguía unos niveles de compresión como no se habían visto nunca, aunque sacrificaba algo la velocidad de ejecución. Sin embargo, la baza de ARJ fue la ingente cantidad de opciones y parámetros que soportaba, algo que le hacía el software de desarrollo perfecto para entornos domésticos y también para áreas corporativas. Por ejemplo, algo que presentó ARJ como novedad era la capacidad de crear y administrar archivos en varios volúmenes, esto es, archivos comprimidos pero divididos en archivos más pequeños y, por lo tanto, más convenientes para la transmisión por módem o para la distribución en discos flexibles; se podía, incluso, crear particiones de 1440 kB, es decir, del tamaño de un disquete de 3½».

ARJ barrió a todo rival anterior en las BBS y en los entornos operativos como MS-DOS y los primeros Windows, era un software que todo el mundo debía tener, pues muchas de las aplicaciones que se distribuían se comprimían como archivos ARJ. Su versión clásica estaba diseñada para funcionar en plataformas de 16 bits, aunque con el salto a los 32 bits surgió ARJ32, una versión que hacía uso de las nuevas características de los sistemas operativos como, por ejemplo, el soporte para nombres largos de fichero en Windows NT.

ARJ para MS-DOS

ARJ también permitía al usuario alterar el nivel de compresión de un archivo, haciéndolo popular en redes de correo de paquetes pequeños como WWIVnet y HOGnet, que usaban ratios más bajas para aprovechar la compresión basada en módems (como MNP o v.42bis) y para reducir las facturas de las llamadas telefónicas.

Sin embargo, ARJ adoleció de dos fallos importantes. Primero, hubo partes de su código que fueron protegidas por patentes en Estados Unidos, algo que ya no lo convertía en un código abierto completo como otros de sus competidores. Y segundo, nunca tuvo una interfaz gráfica oficial, por lo que enseguida perdió cuota de mercado en el ya consolidado orbe de los sistemas operativos de escritorio.

El lanzamiento de WinZip para Windows en 1991 terminó por apuntalar la guerra de los sistemas de compresión. WinZip hacía todo lo que hacían los demás de manera más eficiente, más rápido y manejando además varios formatos de archivos adicionales a su particular estándar, ZIP. Su mayor tanto a favor fue llegar el primero a Windows, algo que también hizo que el formato ZIP volviera a la palestra y se convirtiera de facto en un estándar de compresión en el mundo entero. WinZip fue uno de los programas más descargados para Windows, un software prácticamente de obligada instalación durante años, incluso después de que Microsoft introdujera el soporte para el formato ZIP en su propio ‘Explorador de archivos’.

WinZip
WinZip

Otros se quedaron en el camino, como LHA (tremendamente popular en entornos Amiga), y otros llegarían después con menor o mayor éxito, como RAR en 1993 o WinRAR en 1995, pero la batalla primigenia se libró entre los míticos ARC, ZIP y ARJ, que llegaron por ese orden, pero sólo se quedó el que mejor supo adaptarse a su tiempo.

‘Lunar Rescue’: el juego electromecánico más raro de SEGA

'Lunar Rescue'
‘Lunar Rescue’

Hace casi cincuenta años, en 1973, la multinacional japonesa SEGA alumbraba un aparato a medio camino entre la recreativa arcade y el pinball. Su nombre era ‘Lunar Rescue‘ y su objetivo era conducir un vehículo lunar e impactar contra objetivos luminosos. El jugador tenía que utilizar el morro del cohete para golpear dichos objetivos (no disparaba nada, como tal) en los bordes del campo de juego. Cada blanco alcanzado valía un punto y, en función de los puntos conseguidos en un tiempo dado, la partida continuaba o se terminaba.

Era un mueble recreativo de casi dos metros de altura que encendía sus blancos de manera aleatoria, indicando así el próximo náufrago espacial que debíamos rescatar. Mediante el control de un único joystick, habíamos de correr con nuestro vehículo lunar a lo largo y ancho del campo de juego en dirección a la placa iluminada. Al contactar, se escuchaba un sonido y se nos sumaba un punto. Tanto la puntuación necesaria para continuar como el tiempo límite eran valores ajustables.

‘Lunar Rescue’

El último ejemplar de este juego que se vendió en EE. UU., en la casa de subastas Morphy de Las Vegas, alcanzó un precio de 8750 dólares.

‘Lunar Rescue’

Posteriormente, SEGA construyó otra máquina conocida como ‘Attack‘ que, básicamente, era el mismo juego reciclado, pero sustituyendo el vehículo lunar por un tanque y el grafismo general por un campo de batalla terrestre. No sería la única vez que la empresa japonesa recurriera a esta treta para generar recreativas baratas de manera rápida.

El teléfono más raro del mundo: el ericófono

Ericófono

Desarrollado a finales de la década de los cuarenta y comenzado a producir en serie en 1954, el ericófono —originalmente Ericofon— fue un innovador teléfono creado por la compañía sueca Ericsson (de ahí su nombre) cuya característica principal era el hecho de estar construido a partir de una única pieza de plástico.

La Segunda Guerra Mundial trajo consigo varios materiales nuevos, desde plásticos hasta componentes ferromagnéticos ligeros, algo que abrió la puerta a una nueva era en el desarrollo de cualquier cosa, y de teléfonos también. En las postrimerías de la década de 1940, Ericsson reunió un equipo de diseño —encabezado por el ingeniero H. G. Thames— para idear un nuevo planteamiento para el teléfono. El objetivo principal era hacer que el dispositivo fuera pequeño, liviano y fácil de usar. Tras varias pruebas de concepto, se decidió adoptar el diseño que hoy conocemos y que se comercializaría durante las siguientes dos décadas.

Ericófono

1954 marcó el comienzo de la producción del ericófono. Originalmente destinado a uso institucional, Ericsson constató durante los primeros años que sus principales clientes eran los hospitales, pues era un teléfono muy cómodo para coger y manejar estando convaleciente en una cama. Automáticamente, alteraron el objetivo de su negocio, y el ericófono irrumpió con fuerza en casi todo el mercado industrial europeo y australiano y, en 1956, también en el mercado doméstico. Sin embargo, las ventas en Estados Unidos no lograron, en los inicios, cosechar un gran éxito debido al dominio monopolístico de Bell Telephone Company en aquel mercado de las telecomunicaciones. La compañía de Boston, Massachusetts, se negó rotundamente a que se utilizaran estos teléfonos extranjeros en sus circuitos, e incluso manipuló muchísima propaganda sobre las enfermedades y los peligros que aquellos aparatos no americanos podían traer consigo.

Ericófono

Tras arduas negociaciones, Bell cedió y permitió sólo un uso institucional limitado del ericófono, aunque poco tardaría en extenderse al ámbito doméstico y en convertirse en todo un icono pop de la cultura estadounidense de los años cincuenta del siglo pasado. Sin embargo, Bell se sentía profundamente amenazada y no estaba contenta del todo con aquella maniobra, por lo que comenzó a investigar el desarrollo de su propia versión de teléfono compacto, un movimiento que hizo ver la luz al teléfono Trimline muchos años después, aunque nunca sería tan afamado y consolidado como el de Ericsson.

Inicialmente, Ericsson ofrecía el ericófono en 18 colores diferentes en el mercado norteamericano, vendiendo los teléfonos a través de North Electric (un ensamblador de Ohio), empresa de la que, los suecos, tenían parte de propiedad. Estos teléfonos presentaban una señal electrónica de tono (más tarde conocida como ericotono) como timbre. Cuando la demanda de ericófonos comenzó a explotar en el mercado estadounidense (superando la capacidad de producción en un 500 %), Ericsson aumentó sus participaciones en North Electric para convertirse en el principal accionista. Poco antes, la empresa sueca había realizado una modificación de diseño en el aparato para adaptarse a un nuevo método de moldeo que conseguía fabricar la carcasa de una sola pieza, en lugar de las dos piezas con las que se hacía antes. Esto provocó que el teléfono fuera un poco más corto y formara más ángulo con el extremo del receptor y, además, permite diferenciar hoy los teléfonos que se conocen como de «caja antigua» o de «caja nueva». Es por ello, además, que los ericófonos de fabricación estadounidense tienen la apariencia de ser más bajos que los ericófonos suecos.

Ericófonos

La celebridad conseguida duró casi veinte años, hasta 1972, cuando North Electric eliminó la línea de ericófonos de sus factorías y vendió las piezas y el equipo restante a una empresa de reacondicionamiento de teléfonos llamada CEAC. CEAC continuó la producción durante un corto periodo de tiempo antes de cesar definitivamente el negocio. Mientras tanto, en Suecia, el diseñador industrial Carl-Arne Breger estaba ocupado discurriendo un nuevo ericófono para celebrar el centenario de Ericsson en 1976. Las malas lengua sugieren que esta maniobra también fue un intento de revivir el ericófono, y los esfuerzos dieron su fruto en un teléfono de líneas más angulosas y modernizadas, con teclado de tonos y menos pesado al que se bautizó como Ericofon 700, un aparato que tuvo un éxito muy limitado y que nunca llegó al mercado estadounidense.

Ericofon 700

En España, el ericófono consiguió un mercado extremadamente limitado, sin embargo, fue un hito de diseño tan importante, que se ha convertido en un objeto de culto entre los coleccionistas y amantes de la telefonía de medio mundo.

Ericófono

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