El origen informático del cursor parpadeante de escritura

Cursor

Omnipresente en todos nuestros escritos en pantalla, el cursor parpadeante nos indica con precisión dónde aparecerá el siguiente carácter que pulsemos en el teclado. Con ese pulso constante y regular, ha sido comparado con los latidos de un corazón o con el balanceo de un metrónomo; el ritmo que marca, constante, la espera de la escritura y que llama la atención sobre el punto exacto de la continuación de nuestro tecleo.

El cursor de escritura, también conocido como cursor de texto o punto de inserción, es un indicador visual que se utiliza para especificar la posición en la que se insertará el texto cuando el usuario escriba. El origen del cursor de escritura se remonta a los primeros días de la informática. A principios de la década de 1960, los terminales computacionales se usaban, casi exclusivamente, para la entrada y salida de datos. En aquellos aparatos tontos, generalmente conectados a computadoras centrales, los usuarios ingresaban comandos y datos a través de un teclado.

Tras la linotipia —inventada por Ottmar Mergenthaler en 1886—, un instrumento de escritura de tipos sobre un lingote de plomo que mecanizaba el proceso de composición de un texto para ser impreso, apareció un nuevo avance tecnológico, una máquina diseñada en 1970 con la capacidad de componer páginas a partir de matrices fotográficas o negativos de letras que producía cintas fotográficas construidas por la acción mecánica: la fotocomponedora, nombre que dio origen al término fotocomposición.

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La composición tipográfica casi siempre consistía en poner palabras y espacios, lenguaje escrito, de tal manera que luego se pudiera jugar con él. No era simplemente un proceso mecánico, sino un trabajo con el valor añadido de, completamente de forma manual, seleccionar la fuente del texto, poder cambiarla, variar el ancho de las columnas, mover texto de un sitio a otro, etcétera. Si comparamos aquel proceso analógico con el tratamiento de textos moderno, eran las manos humanas las que asumían el papel del cursor parpadeante o punto de inserción, pues si se hacía necesario cambiar la posición de una palabra, el tipógrafo movía los bloques de texto como un rompecabezas.

Durante todo el siglo XX, pues, la composición tipográfica atravesó varios momentos evolutivos, desde las aburridas máquinas de escribir hasta las primeras computadoras, pasando por máquinas de teletipo y fototipo. Si bien todos estos avances hicieron que el trabajo fuera mucho más rápido para los editores, sobre todo con la aparición de los ordenadores, un aspecto crucial de la composición tipográfica antigua se había perdido en el progreso: una forma intuitiva de insertar o eliminar texto. Pero la respuesta a aquella pregunta ya la había empezado a resolver el ingeniero electrónico Charles Kiesling, de Murdock, Minnesota (EE UU).

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Nacido en 1930, Charles Kiesling, Chuck para sus amigos, era un veterano naval de la Guerra de Corea que dedicó sus años inmediatamente posteriores a la contienda a un nuevo desafío: la explosión de la era informática. Kiesling llegó a trabajar, junto con otros ingenieros, en computadoras del tamaño de una habitación, como la IBM 650 o la antigua ENIAC. Se unió a la compañía estadounidense Sperry Rand, ahora Unisys, en 1955 y ayudó a desarrollar todo aquello que no se ve de los sistemas informáticos pero que es de vital importancia, como, por ejemplo, lo circuitos lógicos que le permiten a un ordenador tomar decisiones condicionales complejas como ‘o’, ‘y’ o ‘sólo si’, en lugar de simplemente el ‘sí’ o el ‘no’ de los primeros momentos de la computación. Y uno de aquellos avances, aparentemente inocuo, tomó forma en la solicitud de patente del 29 de septiembre de 1970 que Kiesling hizo para un cursor parpadeante, literalmente BLINKING CURSOR FOR CRT DISPLAY.

El cursor, representado por un guion bajo, un carácter de bloque o una línea vertical, se usaba para indicar la posición en la pantalla donde se insertaría el siguiente carácter cuando el usuario escribiera. A medida que evolucionaron las computadoras y el software, el cursor adquirió nuevas formas. En las décadas de 1970 y 1980, el cursor, a menudo, se representaba con un bloque o una barra vertical parpadeante, diseño que tenía la intención de hacerlo más visible y más fácil de rastrear en aquellas primeras pantallas de fósforo verde o naranja saturadas de texto.

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El cursor parpadeante, desde su patente hasta tal como lo conocemos hoy día, no haría su debut público general durante algunas décadas. Su funcionalidad primigenia apareció por primera vez en el Apple II de 1977 y, después, se incorporó al Apple Lisa de 1983. El antiguo ingeniero de Apple, Andy Hertzfeld, contaba la historia de que la inserción del cursor en el Apple II se produjo a expensas de otra característica informática común que el famoso diseñador de la máquina, Steve Wozniak, decidió eliminar: las letras minúsculas. Y es que aquel Apple II original no soportaba letras minúsculas, lo que aún sorprende a la mayoría de las personas. Wozniak tenía la teoría de que los caracteres parpadeantes eran mucho más importantes que las letras minúsculas, y la elección se hizo en función de una necesidad basada en la memoria limitada de los chips en ese momento; era o una cosa o la otra. En el Apple II, el parpadeo de caracteres y del cursor se habilitaba mediante hardware. Posteriormente, en el Apple Lisa y en el Macintosh se hizo utilizando gráficos y software del sistema.

Al principio y mucho antes de su aparición comercial, el cursor estaba atascado en la parte inferior de un documento de texto, pero la posterior invención del ratón —en 1964, por Douglas Engelbart— y la adición de las teclas de cursor a los teclados facilitaron a los mecanógrafos moverse por el documento con facilidad. En las décadas de 1990 y 2000, el cursor de texto dio paso al cursor del ratón, cuya funcionalidad era prácticamente la misma: visualizar en todo momento dónde vamos a hacer el clic al pulsar el botón. Al principio se representó como un perfil de doble T (lo que se conoce en inglés como I-beam), cuando las interfaces eran aún eminentemente de texto, y, después, como una punta de flecha, cuando las ventanas ocuparon nuestros ordenadores personales.

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Sin embargo, el cursor parpadeante de escritura nunca llegó a desaparecer. Hoy en día sería difícil encontrar una plataforma basada en texto que no incluya ese cursor que late silencioso, ya sea buscando algo en Google, publicando en Twitter o escribiendo una carta en Word. Tras más de cincuenta años después de su invención, los ingenieros más atrevidos vaticinan su desaparición en épocas venideras, haciendo alusión a los métodos de selección o posicionamiento en tecnologías como la realidad virtual, la realidad aumentada o el metaverso, donde parece que los gestos reales van a desplazar a todas aquellas tecnologías.

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