Aquellas tardes con el Auto-cross de Congost

Auto-cross de Congost
Auto-cross de Congost

Si hubo dos regalos de culto en mi niñez que siempre recordaré con nostalgia extrema, aquellos fueron el Cinexín y el Auto-cross, juguetes con los que pasé horas y horas disfrutando —solo o en compañía— y de los que nunca me aburrí ni un único instante, quemando pilas a pares, día sí y día también. Del proyector amarillo a manivela hablaremos en otro momento, pues hoy toca hacer correr ríos de morriña a golpe de volantazo de Auto-cross.

En 1975, la compañía barcelonesa de juguetes Congost (fundada en 1963 por el ingeniero Lluís Congost i Horta) lanza al mercado Auto-cross, una suerte de circuito de habilidad de conducción automovilística que hizo las delicias de todos aquellos que éramos niños a finales de los setenta y principios de los ochenta. El juguete consistía en una carretera por la que debíamos dirigir un cochecillo de plástico mediante un cuadro de mandos que incluía una llave de arranque con dos posiciones (más batería y menos batería), un volante de control y un cambio de marchas de cuatro velocidades.

Auto-cross de Congost
Auto-cross de Congost

El mecanismo interno es tan simplón como ingenioso. Un pequeño imán montado sobre un brazo móvil que, a su vez, va unido a un mecanismo que gira continuamente en el mismo sentido, es el encargado de arrastrar el coche, el cual posee su propio imán en la parte inferior. Mediante un sistema de cadena y muelle, accionado por el volante, podemos acercar y alejar el imán de la base con respecto al centro del eje de rotación. De esta manera, y uniendo el giro del conjunto al movimiento de ida y venida sobre el radio de la circunferencia, disponemos de la capacidad de maniobra necesaria para dirigir el coche por las distintas bifurcaciones y pasos del circuito, pudiendo incluso saltar por encima de zonas ajardinadas.

Auto-cross de Congost
Auto-cross de Congost

Si el imán interior perdía el contacto con el imán del coche, éste dejaba de moverse y había que localizar de nuevo la posición correcta para comenzar un nuevo juego. Para ello, pulsando el botón central del volante, a modo de claxon, se iluminaba una flecha en el circuito que posicionaba el lugar exacto donde volver a ubicar el coche, así como el sentido de giro.

Auto-cross de Congost
Auto-cross de Congost

Auto-cross funcionaba con dos pilas de las más gordas (tipo D o LR20) de 1,5 voltios cada una que movían el eje tractor y el plato central del juguete. Estas pilas iban montadas tras una portezuela en la parte inferior, lugar que en versiones posteriores cambió a la zona del tablero de mando frontal. Dicen las malas lenguas (aunque yo nunca tuve la oportunidad de probarlo) que, si colocabas las pilas al revés, el coche giraba en dirección contraria.

El jugador disponía de la posibilidad de conducir el cochecito por cualquier lugar del circuito, improvisando rutas y acelerando o disminuyendo la velocidad en cualquier momento. Una velocidad excesiva podía provocar la pérdida del imán en una curva cerrada o contra un árbol, y en ello residía la destreza del jugador. Lo que no podía pasarse por alto era detenerse, haciendo uso del punto muerto, al pasar por la gasolinera. Había que repostar 🙂

Auto-cross de Congost
Auto-cross de Congost

Este primer Auto-cross de 1975 (referencia 1502 del fabricante) fue seguido por otras versiones que, si bien diseñaban estructuras y elementos más modernos o atractivos, disponían de un sistema de funcionamiento interno idéntico o muy similar. Así pues, en 1987 salió Auto-cross Turbo y 1989 Auto-cross TDR 16v., el segundo ya bajo la firma Mattel, compañía con la que había llegado a un acuerdo Congost para la distribución mutua de juguetes.

Hubo también un Moto-rallye, un Auto-cross Fórmula 1 y hasta un Auto-cross Spiderman, algunos de otras empresas, pero ninguno llegó a tener la esencia de aquel primer juguete de Congost.

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