Party-Line: La primera red social llegó a España hace 20 años

Party-Line

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El 1 de enero del año 1992, hace algo más de 22 años, entró en funcionamiento en España el servicio conocido como Party-Line, puesto en marcha por la compañía Servicios Telefónicos de Audiotex, filial conjunta de Telefónica Servicios S. A. (51%) y Teleholding Amsterdam B. V. (49%).

Party-Line era un sistema telefónico público de conferencias múltiples que posibilitaba a un grupo de hasta diez usuarios, que usualmente no se conocían, conversar simultáneamente. Funcionaba las 24 horas del día y se pagaba a precio de sangre de unicornio: en España costaba 58 pesetas el minuto, en horario normal, y 39 pesetas el minuto por las noches y los fines de semana. El número de Party-Line era el 903 333 333, aprovechando la reciente creación del prefijo 903 de la época, un número de tarificación adicional que abriría la puerta a una serie de servicios especiales de voz como este Party-Line, información económica, programación televisiva, tarot telefónico, correo electrónico de voz, sistemas de telehoróscopo, líneas eróticas, audiotex, etcétera.


La gente llamaba a aquellos teléfonos para conocer a otras personas, para ligar, algunos sólo para insultar o buscar follón, otros por curiosidad y muchos porque se sentían solos y necesitaban parlamentar con alguien. Aquello fue el germen de las futuras redes sociales, el origen de la comunicación casual entre desconocidos, el principio del fin de las relaciones personales cara a cara y el inicio del arte de parapetarse en casa para comunicarse con individuos a los que no ves físicamente. El primer chat, antes incluso de que el IRC se hiciera popular.

La mayor parte de los niños, los adolescentes y los jóvenes de aquel momento llamamos al menos una vez a ese teléfono porque nos picaba abundantemente la curiosidad; aquello de oír y poder hablar con varias personas a la vez, a las que no conocías absolutamente de nada, era algo como muy futurista y peliculero. Eso sí, colgábamos rápido porque se oían historias rarísimas de padres que casi asesinan a sus hijos tras recibir millonarias facturas telefónicas. Era nuestra manera de vivir al límite.

No sé por qué oscura razón, pero todas las operadoras (que siempre estaban a la escucha) se llamaban Ana. La de chascarrillos que podrían contar hoy aquellas Anas. Cuando querías establecer una conversación privada con alguna señorita de la sala, por aquello de que habíais congeniado, llamabas a Ana y ella se encargaba de poneros en un aparte para poder pelar la pava a gusto.

Algunos terminaban enganchados a aquellas líneas, y, como decía, la minuta de la empresa de telefonía de turno (Telefónica, no había más) podía llegar a ser estratosférica. Otros eran más listos y, tras conversar varias veces con las mismas personas, terminaban por intercambiarse los teléfonos personales y continuaban su ligoteo a nivel particular, fuera del Party-Line. Eso sí, a veces el problema surgía porque eran hombres y mujeres residentes en provincias distintas, y en aquella época existía algo que se llamaba llamadas interprovinciales, una cosa de la que los jóvenes de hoy día no han escuchado siquiera hablar y que costaba bastante más caro que un llamada local.

La verdad es que fue todo un bum en su época, pero hubo más de una familia arruinada por la inconsciencia de sus hijos, o por la falta de información de los mismos. Sin tener que rebuscar mucho, seguro que todos conocemos a alguien que recibió algún que otro pequeño susto en su factura telefónica mensual. Los de las facturas millonarias eran más escasos, pero existían y se hablaba de ellos en los medios de comunicación. Telefónica llegó a tener varios juicios por impago de facturas, algunos de ellos perdidos por fallos publicitarios, ya que, si os fijáis, en el anuncio televisivo de Party-Line que se ve en esta entrada (con el sugerente lema «atrévete a llamar»), en ningún momento especifica que es un servicio para adultos y que los menores lo tiene prohibido. Craso error, Telefónica: Party-Line estaba repletito hasta arriba de niños y púberes, sin oficio ni beneficio, que abofeteaban a sus padres con las facturas de su irresponsabilidad. (Qué bonita me ha quedado esta última frase, no me digas).

En Estados Unidos todavía fue peor. Comenzaron a proliferar líneas extremadamente chorras y, muchas de ellas, dirigidas exclusivamente a los niños, como una en la que Freddy Krueger contaba historias de terror u otra que permitía hablar con el mismísimo Santa Claus. Terminaron todas ellas cerrando acribilladas a juicios y demandas.

La fauna que pululaba por aquellos servicios era muy variopinta, desde jóvenes normales con ganas de marcha a cuarentones que babeaban por sugerentes voces femeninas. Personajes de toda índole y calaña: salidos, macarras, bromistas, troles, gamberros, horteras, camorristas, desvergonzados, insolentes, descarados y otros; tanto hombres como mujeres, pero más hombres que mujeres. Más o menos lo que pasa hoy en día con las salas de chat, lugares donde crees que vas a conocer al amor de tu vida; y eso nunca sucede.

Y es que no hay nada más peligroso que un tonto con un teléfono; bueno sí, un mono con dos pistolas, pero ahí andan. Y si a eso le sumamos la codicia de las compañías, que se aprovechan de las debilidades del ser humano para hacer dinero fácil, pues ya tenemos el negocio redondo montado. Party-Line fue muriendo poco a poco hasta que desapareció completamente en favor de Internet.

Party-Line. 903 333 333. ¡Atrévete a llamar! Inolvidable la cancioncilla y el soniquete del anuncio. Mítico.

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