Histórica entrevista al pirata informático George Gold hace veinte años

'Guía del pirata informático'

'Guía del pirata informático'

Una de las joyas que tengo en mi librería es la tercera edición de un pequeño manual titulado ‘Guía del pirata informático‘, un librillo editado en 1991 por la editorial Dictext para la colección Libros Límite. Y digo joya no porque sea precisamente bueno, que no lo es, sino porque en aquella época me emocionó encontrar un libro en castellano en las tiendas con ese título que tratara un tema tan underground como es el hacking.

El volumen es un cúmulo de buenas intenciones que intenta vender el mundo del lado oscuro de la piratería informática desde un punto de vista muy, pero que muy, políticamente correcto. Por otro lado algo lógico, pues supongo que el autor no quiso meterse en jardines de los que luego le iba a resultar muy complicado salir bien.

Pero lo que más me gustó de él fue que uno de los capítulos es una entrevista íntegra al señor George Gold, apodado Magister, a la sazón uno de los mejores y más reputados y reconocidos hacker del planeta. Actualmente retirado, Gold consiguió muchos botines en su carrera, pero el más recordado fue un famoso desfalco de cien millones de dólares a una entidad bancaria, fechoría que llevó a cabo en 25 minutos y en la que no dejó huella, por lo que no se le pudo juzgar por ello.

Paso a transcribir la entrevista de manera completa. Resulta curioso leer sus respuestas que son una mezcla de orgullo, petulancia y altanería, pero con ese puntito de cuatrero romántico que terminas por decir «joder, si tiene toda la puta razón; qué se jodan». Vamos a ello.

Sería difícil de explicar a los lectores la importancia que puede tener para cualquier periodista conseguir una entrevista con un personaje del renombre de este famoso pirata informático. Desde hace aproximadamente seis años ha arrasado con la industria del software, creando serios problemas a las más prestigiosas empresas del sector. Se han escrito ríos de tinta sobre él, sin embargo, nunca se mostró tan abierto y sincero en sus declaraciones como en esta ocasión.

Se trata de George Gold. Su aspecto físico dista mucho de el de los piratas legendarios, de parche en el ojo, pestilentes vestimentas y gancho en mano. Éste viste moda italiana y en su muñeca encontraremos un Rolex, que nada tiene que ver con el garfio de metal oxidado.

Muchas gracias por concedernos estos minutos, Sr. Gold. Puesto que conocemos el valor de su tiempo, intentaremos no entretenernos con preámbulos y pasar directamente a la entrevista.

Cuando guste.

Sr. Gold, un hombre de su categoría profesional, ¿no se siente molesto cuando se le atribuye el término «pirata»?

No, en absoluto. Sólo hay que conocer un poco las connotaciones de este término para sentirse profundamente halagado. Los románticos, que eran gentes refinadas e instruidas, supieron dignificar convenientemente la piratería porque tras ella respiraba el ingenio y la genialidad de la que carecía el resto de la sociedad. Los hombres legales de nuestro siglo pasado sólo eran mediocres, cuya única posibilidad de supervivencia consistía en acogerse a las leyes que les protegían de la habilidad de estas «minorías», lógicamente marginadas.

Nunca me ha importada saberme un ser minoritario, me proporciona un cierto placer. De hecho, es uno de los premios de mi trabajo.

La moralidad pública es dudosa y tiene inconfesables motivos para existir. Podría ponerle ejemplos que levantarían ampollas, pero en este momento no está en mi ánimo crear expectaciones respecto a temas similares.

¿Podría decirnos cómo empezó usted en el pirateo profesional del software?

Bueno, fue una trayectoria simple y extremadamente común. Los prohibitivos precios del software legal creaban acuciantes necesidades entre los estudiantes y aunque, generalmente, conseguir copias era fácil, algunos programas especialmente protegidos se resistían. Ahí entraba yo. Fue una época interesante y divertida. Nunca he recibido tanto agradecimiento por mis trabajos —por importantes que fueran— como por aquellas chapuzas menores destinadas a mis compañeros de facultad.

Me llamaban «Magister», pero tras aquel tono festivo y divertido en el que se decía, existía una indudable admiración. No puedo negar que me encantaba.

Se llegó a crear una interesante competencia entre los más hábiles y un cierto recelo hacia los iniciados.

En el fondo, como ves, todo resulta bastante romántico.

Usted, ¿calificaría así el desfalco de cien millones de dólares que realizó en una prestigiosa entidad bancaria?

¿Por qué no? De todos modos, los calificativos nunca me quitaron el sueño. En este caso ni la policía ni la entidad bancaria en cuestión supieron defender sus intereses; la verdad es que ambas languidecen por una anémica capacidad de respuesta. No me siento responsable de ello y, evidentemente, tampoco pienso reivindicar mis derechos a ser detenido. Los clientes del banco y otras posibles partes interesadas son los que deben exigir entre los responsables de tan hiperbólica incompetencia en sus sistemas de seguridad.

No obstante, la próxima ocasión proporcionaré más pistas, con el fin de ofrecer algún arma defensiva; soy una persona considerada. Nunca me han gustado los éxitos aplastantes, prefiero encontrarme con un adversario difícil: los frutos resultan más gratificantes.

¿Considera que los cien millones han sido poco gratificantes en su vida, Sr. Gold?

No, no, de ningún modo; han resultado muy útiles. No obstante, si al dinero añades emoción en el trabajo, obtienes la combinación perfecta. Un desfalco es una operación apasionante, pero desanima un poco conseguirlo de un modo tan sencillo. Sólo necesité veinticinco minutos.

¿Cree usted que su éxito en esta asombrosa operación, y el hecho de que en su momento no se encontraran pruebas al respecto, puede mover a otros expertos a actuar en esta misma línea?

Quizá, no sé. Creo que mucha gente puede disponer de veinticinco minutos para intentar gestionar alguna operación de interés a través de su ordenador.

Sr. Gold, ¿es usted consciente de que sus declaraciones resultas provocativas y escandalosas? ¿No teme despertar la ira contenida de las autoridades competentes?

¿De qué autoridades me habla? No, no, no temo nada de eso. Vivo alejado del mundanal ruido, en una pequeña casa de la ribera francesa. No obstante, aún allí llegan todavía los ecos de algunas declaraciones y noticias mucho más escandalosas que éstas. ¿No cree?

Bueno, en este caso no soy yo quien debe opinar. Me limito a hacerle algunas preguntas, Sr. Gold. No sé si querrá responder a la próxima. ¿Podría comentarme algún otro hecho ilícito que usted considere importante?

Nunca me ha gustado calificar mis trabajos de ilícitos. Absolutamente todos mis trabajos son lícitos, puesto que resultan eficaces y sólidos. Nunca trabajo de otro modo. Si se refiere usted a algún asunto ilegal, le podría comentar varios que no sé si resultarán interesantes.

Hubo uno que me divirtió especialmente. Conseguí entrar en un sistema de seguridad de una importante empresa alemana alterando todos los ficheros de seguridad de sus clientes. Aquel desajuste sumió en estado patológico-depresivo a algunos de los responsables informáticos cuyo futuro en la empresa estaba en juego. Se ofrecieron a pagar personalmente parte del rescate que les exigía a cambio de conocer el sistema que había utilizado para burlar su protección. Hasta entonces habían tenido una fe ilimitada en sus trabajos, y ahora todo se les venía abajo.

Estuve tentado de hacerlo, pero mi sentido común me frenó a tiempo. De aquella operación obtuve una importante suma y una indudable satisfacción intelectual. En este caso, los informáticos a los que me enfrentaba eran auténticos profesionales, aunque cometieron algunos descuidos técnicos imperdonables.

Tuve otra experiencia similar en EE. UU. En esta ocasión era una empresa naviera. Tras desproteger el programa que centralizaba toda la información sobre las idas y venidas de los barcos, borré algunos datos y los sustituí por otros que no despertaban la menor sospecha; de este modo se creó una lamentable confusión. Aquello provocó más de una importación o exportación desaforada. Me divertí pensando en el cargamento de madera que llegaría a una empresa genovesa cuyo pedido real consistía en unas cuantas toneladas de carne congelada.

De hecho, todo ello no se habría producido si la ineptitud del departamento de informática no hubiera llegado tan lejos. Ni siquiera apreciaron la señal del programa que les advertía del secuestro de la información. Finalmente, todo llegó a bueno puerto —y nunca mejor dicho—. Se enderezaron los entuertos y yo cobré mi trabajo. Eso es todo.

Podría contarle muchas más batallitas de este estilo. Los límites de la informática dependen exclusivamente de la dosis de imaginación y pasión que pongas en tu trabajo.

Habla usted de pasión. ¿Se puede hablar de sentimientos tan fuertes?

Claro, es capaz de despertar a la vez interés, divertimento, cierta dosis de amor por lo creado y adicción al método de trabajo.

Desde hace tiempo se hizo usted con una leyenda negra. Se hablaba de una importante adicción al alcohol y a las drogas. Se comentaba que sus mejores ideas eran fruto de estados de enajenación debido a este hecho. ¿Recuerda usted haber leído estos comentarios en la prensa?

No, nunca se publicó nada similar en la prensa, pero circularon bulos de este tipo durante un buen periodo de tiempo. Es lógico, después del desfalco que antes comentábamos. Un desfalco es muy impopular, lo cual he creído siempre debido a un oculto deseo de cada cual de ser el protagonista del mismo. Aunque, quizá sean sólo elucubraciones mías y todo se deba a un sorprendente sentido de la moral y el civismo.

En cualquier caso, lo de la droga y la adicción fue una respuesta airada a este hecho. Sin embargo, no me parece vergonzoso ningún sistema de motivación mental que produzca frutos realmente interesantes.

Sería incalculable establecer listas de grandes genios del arte y la ciencia que recurrieron a algún tipo de excitante. La sociedad les admira y encomia siempre tras su muerte. Es la eterna hipocresía social. No hay que hablar de Van Gogh ni de otros personajes de más allá de sus ibéricas fronteras; ahí tienen ustedes la polémica obra de Gaudí irguiendo la enajenación mental de un autor hacia el cielo.

¿Considera usted que su ingenio informático es comparable al de creadores tan geniales como los que ha citado?

Yo no puedo contestar a esa pregunta. El valor de los monstruitos que crea cada doctor Frankenstein pasa siempre a subasta pública. Normalmente, como le decía antes, los autores de la criatura no descubren nunca el éxito de su obra puesto que han fallecido cuando se les reconoce. Esto ha provocado profundas amarguras y angustias, aunque no es mi caso. Tengo suficiente con vivir de mi trabajo y tener pleno convencimiento de la calidad del mismo. Procuro no dejarme atrapar por la vanidad, aunque considero que es uno de los sentimientos más dignos del ser humano.

Sr. Gold, cambiemos de tema. Háblenos de sus aficiones. ¿Es usted una persona de gustos extravagantes y extraños en relación a sus lecturas, por ejemplo?

No, en absoluto. Sin embargo, mi atención se concentra especialmente en un tipo de literatura: la de ficción. He leído todas las obras de calidad que han salido al mercado y a menudo he reincidido en algunas de ellas. La práctica de la relectura es muy interesante. El libro nunca vuelve a ser el mismo tras un primer acercamiento; se descubren nuevos niveles de lectura y resulta divertido.

Suelo leer también novela; algunas me han producido un gran placer. Ahora me viene a la memoria la popular ‘Conjura de los necios’, de John Kennedy Toole. Como ve, no tengo gustos extravagantes. Con ella casi caí en la práctica de la relectura. Es deliciosa, y viene a cuento además por lo que veníamos comentando respecto al no reconocimiento de la obra en vida del autor. Siempre que la editorial le devolvía su manuscrito moría un poco. De hecho, su suicidio manifiesta la profunda amargura que yacía tras la clarividente denuncia de la necedad social. Sin embargo, sus personajes consiguen hacernos reír a menudo. Es una novela vibrante, excelente.

Mi afición por la literatura española es más bien leve; sin embargo, leí a sus clásicos en mi juventud y me deleité incluso con sus poetas, cosa bastante inusual en mí, ya que me siento poco proclive a la poesía.

¿Y su vida familiar?

Bien, gracias.

Perdone, Sr. Gold. Si le molesta no le haré más preguntas al respecto.

No, no me molesta. Mi vida es plácida y sencilla. Vivo austeramente en mi casa con mis perros y mi amable asistenta, una encantadora anciana cuya destreza en los quehaceres domésticos es encomiable. Estoy bien así; nunca sentí deseos procreativos y la vida en pareja me parece algo incómoda, así que no puedo ofrecerles nada interesante en este campo.

¿Su vida retirada le es fundamental para pensar o podría trabajar igualmente en el bullicio de la ciudad?

He trabajado mucho tiempo bajo la presión de estresantes horarios y sometido a aleatorios criterios ajenos, en medio del delirante ritmo de despachos rebosantes de funcionarios disfrazados de programadores, chocando unos contra otros como moléculas de un gas. No me gustó, pero resultó interesante conocer todo eso para apreciar las posibilidades que brindan la soledad y el retiro.

Algunos informáticos consideran fundamental situar su domicilio habitual en el centro neurálgico de la información. Informáticos legales, legalistas y piratas coinciden en ello. Es un error. Le aseguro que nunca estuve tan al día como ahora. Obtengo la información que deseo y dispongo del tiempo y el espacio adecuados para meditarla. Evidentemente, es sólo una opción. No intento convencer a nadie. Sería horrible descubrir un día que mi solitaria morada se fuera rodeando de otras casitas construidas para informáticos a quienes yo mismo hubiere convencido de abandonar la urbe.

No, no, la ciudad cuenta con otras ventajas de las que se carecen en estos retirados parajes, por eso por aquí hay tan poca gente. De hecho, a lo largo de este tiempo, sólo he tenido un vecino. A unos 5 kilómetros de casa vivía un escritor; nunca logró vivir de sus libros. Gozaba de una buena posición económica y no necesitaba encadenar su tiempo a ningún agobiante trabajo sin interés. Escribía algún artículo para diversos periódicos franceses y tocaba el violín frenéticamente cuando no lograba escribir más de dos líneas de sus inéditas obras. Le aseguro que la actividad intelectual de aquel señor triplicaba a la de cualquier profesor universitario de la gran ciudad y quintuplicaba la de cualquier mente pensante del mundo informático urbano. Sus pensamientos no sólo eran copiosos, también eran profundos.

La capacidad de ahondar profundamente en las ideas que desarrollo con mi máquina tienen mucho que ver con mi manera de valorar mi propio trabajo y mi propio tiempo.

Volviendo a su prestigiosa actividad como programador-pirata, ¿es cierto el rumor que corre respecto a sus actividades en la URSS? Me refiero a la acusación de espionaje que lanzó sobre usted la policía secreta soviética. Se dijo que usted pirateaba información de vital importancia a nivel de estrategia militar y la pasaba a EE. UU.

Bueno, ciertamente realicé algún trabajo esporádico para la CIA. Necesitaban buenos profesionales, y sus demandas están siempre convenientemente retribuidas; no veo por qué debía negarme. Nunca he sentido ninguna debilidad política, ni tampoco me interesa especialmente la política internacional, pero reconozco que, a ciertos niveles, los recursos técnicos son envidiables, y cualquier profesional estaría encantado de tener acceso a ellos.

Entonces, ¿usted reconoce haber trabajado para el servicio de espionaje americano?

Por supuesto; como le he dicho antes, resultó muy interesante. Conseguí realizar un trabajo de incuestionable calidad.

La Unión Soviética cuenta con eficacísimos sistemas de seguridad, así como con unos técnicos de alto nivel profesional. Fue muy satisfactorio saltarme todo su montaje, aunque no por ningún tipo de móvil político sino exclusivamente técnico. No me habría importado realizar el mismo trabajo para los soviéticos si me lo hubieran pedido.

Sr. Gold, ¿podría decirnos cómo un hombre joven como usted ha alcanzado ya tan vasta y sólida formación?

Bueno, ciertamente soy un informático joven, aunque también la materia que nos ocupa lo es relativamente. A éste, como a cualquier otro objeto de estudio, sólo se llega verdaderamente si el estudioso en cuestión se convierte en un adicto del mismo. Es fundamental divertirse trabajando y, por supuesto, contar con material de primera mano: todos los buenos libros publicados, todos los buenos programas y sus respectivos manuales, así como las revistas de actualidad, deben estar a mano.

En mi caso fue fácil durante el comienzo. Mis primeros años de estudiante estaban marcados, como los de cualquiera, por una cierta penuria económica; de modo que el pirateo fue mi habitual remedio de conseguir cuanto necesitaba. Siempre me he jactado de tener una de las más amplias bibliotecas de informática conocidas, así como de una fantástica sala de recursos. Así llamo yo al salón donde tengo archivados lo programas y manuales conseguidos a lo largo de toda mi carrera. Cada uno de ellos forma parte de algún botín cuya historia siempre suele tener anécdotas curiosas, aunque no las contaré.

El orgullo de lo indebidamente poseído puede atraparnos hasta convertirnos en personajes que repiten sus batallitas cual seniles ancianos. Sin embargo, no puedo evitar decirle que se requiere un virtuoso sentido el hurto para conseguir tanto material desde tan tierna edad. Siendo casi un crío ideé un sistema para que unos grandes almacenes donde «compraba» habitualmente mi material, desviaran sus facturas hacia lugares menos inhóspitos que mi cuenta bancaria. Aquello me proporcionó años de feliz complacencia.

Sr. Gold, ¿es cierto que se ha creado en su país un centro de jóvenes piratas donde se reúnen un importante número informático-adictos para estudiar sólo sus programas? Un prestigioso periódico del lugar publicó que en las paredes de este local colgaban fotografías suyas, tamaño póster, y que se había convertido en una especie de club de fans donde mitómanos incontinentes se debatían en acalorados debates sobre su persona.

Bueno, no creo que se trate exactamente de un club de fans; simplemente es un club de jóvenes informáticos que ha decidido poner mi nombre a su centro de reunión. No tengo el gusto de conocer a todos sus miembros, aunque espero encontrar el momento de visitarles en días próximos. Sin embargo, conozco a los principales socios fundadores y no resulta difícil advertir en ellos un ingenio e inteligencia extremadamente despiertos. Les auguro interesantes botines y no puedo menos que brindar mi apoyo a sus brillantes empresas en el futuro. Me encantaría apoyar a las grandes promesas de la informática-pirata. Verles progresar proporciona una gratificante sensación de continuidad en el tiempo; quizá sea algo paternalista por mi parte.

Sr. Gold, ha sido un auténtico placer haberle hecho esta entrevista. Desgraciadamente no tenemos más espacio para ello, aunque sólo por el momento. Espero que no se haya sentido incómodo en ningún caso y que tenga a bien repetir este encuentro en alguna otra ocasión. Gracias de nuevo.

Gracias a ustedes.

5 comentarios a “Histórica entrevista al pirata informático George Gold hace veinte años”

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