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El mundo no estaba preparado

Nikola Tesla
Nikola Tesla tenía todas las características para ser un genio, pues era bastante reservado, un poco excéntrico y, según dicen, andaba rozando la esquizofrenia paranoide. Era una persona capaz de formular un complicado teorema matemático para, a renglón seguido, explicar cómo había escuchado voces que venían desde el espacio y le habían inspirado. Evidentemente esto decía poco en favor de su lucidez.
Sin embargo, a lo largo de la historia ha habido grandes científicos a los que se les atribuía una pincelada de locura o enajenación y ellos sí han quedado en los anales de la ciencia y aparecen en los libros de texto. ¿Qué ingredientes secretos tenía Tesla para terminar desprestigiado con el paso de los años? Pues un par de ellos que nunca han gustado a los que financian proyectos de investigación: el altruismo y la filantropía.
El croata-americano vivía con la obsesión de mejorar el mundo a través de sus inventos, de proporcionar bienestar y tecnología a cambio de nada, como un fin necesario para la evolución humana, fuera de todo reconocimiento, del que huía. Estas ideas siempre han sido muy hermosas en el lado de la teoría, pero el poder científico, como cualquier otro, siempre ha estado supeditado al poder económico, y si algo que cuesta dinero no da más dinero a cambio, simplemente se desecha como idea.
Durante una temporada, y tras abandonar su pueblo natal y pasar por París para, finalmente, nacionalizarse norteamericano, Nikola Tesla trabajó con Thomas Alva Edison, por recomendación de Charles Batchelor, un inventor con el que Tesla había compartido proyectos en Francia. Tesla admiraba a Edison por los avances que éste había obtenido en asuntos eléctricos, pero el sentimiento no era mutuo. Al poco de trabajar juntos, Edison comprobó que el cerebro de Tesla pensaba mucho más deprisa y mucho mejor que el suyo y eso le provocó un profundo sentimiento de envidia.
Edison disfrutaba de una cierta reputación en la sociedad norteamericana y no podía permitir que un muchacho de pueblo llegara para arrebatarle el puesto. Le hacía trabajar 18 horas diarias los siete días de la semana para solucionar problemas técnicos que al americano se le presentaban en sus investigaciones.
Edison utilizaba la humillación en contra de Tesla para saciar su rencor. En una ocasión Nikola plantó cara a Thomas y describió ante sus ojos cómo podría mejorar el efecto del generador que Edison había inventado. Edison le prometió que si lo conseguía le pagaría 500 dólares de la época. Meses de trabajo después Tesla lo logró, pero Edison no le dio suma alguna de dinero, en cambio le espetó: «Tesla, usted no entiende el sentido del humor de los norteamericanos». Nikola Tesla se despidió en ese mismo momento.
Genio asombroso, visionario e inteligente como pocos, fue sin embargo un personaje misterioso y oscuro, controvertido e incapaz de obtener beneficio de sus creaciones hasta el punto de ver cómo otro hombre recibía el premio Nobel por uno de sus inventos. En 1901, Guglielmo Marconi envió su famosa señal de radio a través del Atlántico, hecho que le hizo ganar el Nobel de Física en 1909. Lo que Marconi no dijo es que utilizó 17 patentes, nada más y nada menos, de Nikola Tesla para fabricar su rudimentaria radio. No sería hasta cuarenta años después cuando la Corte Suprema de los Estados Unidos de América reconoció el error y atribuyó la invención en exclusiva a Tesla.
La radio, el motor de corriente alterna, la lámpara de pastilla de carbono, el microscopio electrónico, la resonancia, el rádar, el control remoto, el submarino eléctrico, los rayos X, la transmisión inalámbrica y un larguísimo etcétera constituyen el vasto compendio de inventos y patentes de Nikola Tesla. Sin embargo, si hubo una tecnología que le obsesinó durante buena parte de su vida, esa fue la de la transmisión de energía de forma inalámbrica. El hecho de poder encender una bombilla en cualquier parte del mundo si necesidad de cables es una realidad, y lo fue ya en su época, pero es una realidad que nunca se llevará a cabo por las connotaciones antisistema que posee.
La llamada bobina de Tesla es uno de los pocos inventos que de este científico se conocen. Este aparato es un tipo de transformador resonante, compuesto por una serie de circuitos, que permite transferir energía eléctrica de un punto a otro sin ningún tipo de cableado. La idea de Tesla consistía en la instalación de gigantescas bobinas por todo el mundo que transmitieran electricidad utilizando la propia atmósfera terrestre. De esta forma, cualquier persona en cualquier punto del globo podría acceder a una fuente de energía continua, limpia y, la palabra prohibida, gratuita.
Los grandes magnates de la época habían comprado ya todas las minas de cobre para comenzar a electrificar el país por medio de cables, por lo que Tesla era un engorroso enemigo para el engorde de sus fortunas. Además, eso de hacer llegar electricidad gratis a todo el mundo sólo podía ser una idea de un demente que no comulga con las tesis capitalistas y el modelo de negocio mercantilista. Modelo que todos sabemos que es el ideal para los que más tienen y un verdadero desastre para los que no tienen nada.
En aquella época, Nikola Tesla andaba enzarzado con Edison a cuenta de mostrar la superioridad de la corriente alterna sobre la corriente continua del americano. En 1893 se hizo en Chicago una exhibición pública de corriente alterna, demostrando su preeminencia sobre la corriente continua. Ese mismo año, Tesla lograba transmitir energía electromagnética sin cables.
Edison, con el objeto de disuadir sobre la teoría de Tesla, comenzó una campaña para fomentar ante el público el peligro que corría al utilizar ese tipo de corriente. Harold P. Brown, un empleado de Thomas Edison contratado para investigar la electrocución, desarrolló la silla eléctrica con el fin de demostrar sus teorías. Un golpe bajo y muy rastrero, además de un flaco favor a la humanidad.
Nikola consiguió financiación del empresario J. P. Morgan para construir una bobina de inmensas proporciones en Chicago y comenzar así una incipiente industria de la propagación inalámbrica de energía eléctrica. Tesla tuvo que prometer a Morgan pingües beneficios para convencerle de su inversión. Sin embargo, y tras la transmisión de radio de Marconi, el industrial decidió que ya se había conseguido el objetivo y optó por no financiar ni un dólar más al proyecto de Tesla. J. P. Morgan, al igual que sus coetáneos, no supo ver tampoco las dimensiones de los propósitos de Tesla, pues sus intenciones llegaban mucho más allá que el simple hecho de hacer cruzar una señal de radio de una punta a otra del océano.
Nikola Tesla murió en Nueva York el día 7 de enero de 1943. Se fue pobre, abandonado, olvidado y defenestrado por la comunidad académica, que nunca supo entender por qué sus artículos no les eran enviados antes a ellos que a los periódicos. El mismo día de su muerte, en plena Guerra Mundial, el FBI se encargó de requisar todos sus materiales, sus cajas y cuadernos de notas, creándose el ‘Informe Tesla’ y realizando registros en aquellos lugares donde Nikola pudiera tener anotaciones o referencias de sus inventos.
Hoy en día las cosas no han cambiado en absoluto. Ninguna multinacional energética permitiría que se desarrollaran masivamente las teorías de Tesla, porque ello implicaría el fin del negocio para muchos y su suicidio empresarial. La electricidad inalámbrica, barata y limpia es posible, pero un mundo capitalista no concedería el más mínimo interés a tal fin. El mundo no estaba preparado entonces, pero hoy tampoco.
Si el lector desea más información sobre Nikola Tesla y su monumental proyecto, el siguiente vídeo explica a las mil maravillas cómo una buena idea se puede volver en tu contra por la envidia, la avaricia y la mezquindad de las personas.
E=mc2, ¿y?

Albert Einstein
Artículo original para teknoPLOF! de Andoni Talavera Préstamo
Hace no mucho me encontraba tratando de explicarle a mi abuela que la había localizado en una imagen del Street View de Google Earth, en la calle donde vive. ¡Abuela que te he visto en Internet! ¿Ande dices que aparezco, en la intenné? Me miraba como las vacas al tren. Trata tú de explicar a tu abuela lo que significa Internet, para lo que lo utilizamos sus nietos, cómo empezó y las implicaciones que tiene hoy día, que son tantas que, si te falta, parece que has vuelto a la época de las cavernas.
Y algo así me parece que nos pasa a la mayoría de los mundanos cuando leemos o escuchamos los maravillosos avances científicos que salen en las revistas o blogs especializados: el LHC, la búsqueda del Bosón de Higgs, etcétera. El caso es que todo, tarde o temprano, tendrá repercusión en nuestras vidas.
A día de hoy tenemos en nuestra vida cotidiana, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, grandes teorías de física cuántica aplicadas minuto a minuto en cada una de nuestras acciones. Allá por 1917, Albert Einstein, después de todo el desarrollo de una teoría que sería punto de inflexión en la historia científica, entre otras cosas, predecía una forma de emisión de energía teórica (a la sazón no descubierta) a la que llamó emisión estimulada. ¿Y? Pues algo que no eran más que teorías, implica que hoy vivamos como lo hacemos, sencillamente. Aquella energía teórica era lo que posteriormente se daría en llamar láser (luz amplificada por estimulación de emisión de radiación).
La confirmación de la teoría no fue para nada algo inmediato, ya que el láser no aparecería en un laboratorio hasta 1958; más de cuarenta años tardaron en hacerse realidad las predicciones de Einstein. Y 93 años después, el láser lo tenemos hasta en la sopa: escuchamos música grabada en un CD, vemos películas en nuestro aparto de Blu-ray, vamos al súper a hacer la compra y pagamos en caja mientras un lector de código de barras identifica cada producto, hacemos mediciones milimétricas, nos curamos la miopía, disfrutamos en las discotecas con luces psicodélicas y un sinfín de aplicaciones más. Todo ello tuvo su origen en una genialidad que surgió de un lápiz y un papel como una consecuencia inevitable de la naturaleza que nos rodea. Ahí es nada.
La teoría de la relatividad tuvo muchísimas más aplicaciones, dando tiempo al tiempo; relativo, eso sí. Quizás la gente «normal» no haya llegado más allá de oír la Paradoja de los gemelos, cuando la utilidad práctica es mucho más accesible. En resumen, a dos gemelos se les separa. El primero de ellos se queda en la Tierra y el otro es enviado muy lejos en nuestra supernave espacial a la velocidad de la luz. La paradoja dice que, según la teoría de la relatividad de Einstein, cuando el gemelo espacial regrese a la Tierra se encontrará hecho un chaval comparado con su hermano terrestre, que le recibirá con una cachava y lleno de achaques. Hecho un abuelete, vamos. Esto es debido a la dilatación temporal. ¿Y? Pues bien, absolutamente todos los satélites que tenemos en órbita y que controlan todos nuestros movimientos deben ajustar sus relojes internos para estar permanentemente sincronizados con el tiempo de la Tierra. Los satélites artificiales, debido a su velocidad, se retrasan. Pero, a su vez, por el hecho de sufrir menos gravedad que si estuvieran sobre la Tierra, se adelantan. La suma de los dos términos resulta en que los relojes internos se adelantan con respecto a los de la Tierra. Es estrictamente necesario que los satélites GPS, pues, tengan en cuenta la teoría de la relatividad para que tú y tu esposa, en el coche, sepáis llegar el próximo verano hasta la playita recóndita que tanto os gusta y, además, a la hora que tú le habías dicho a la parienta que vais a llegar.
Existen también muchos aparatos cotidianos que tienen una amplia base cuántica por la cual se entiende su funcionamiento, como, por ejemplo, los microondas que utilizamos para calentarnos el café mañanero antes de irnos a trabajar. Todo su proceso es una interacción radiación-materia en función de los momentos dipolares de las sustancias que se colocan en su interior, esto es, si no introducimos algo cuyas moléculas sean algo así como «microimanes», no se calentará, o si lo que normalmente metemos en su interior no tiene agua, tampoco se calentará. Es por ello que los platos vacíos no cogen calor o las tazas metálicas pueden llegar a reventar el electrodoméstico. Todo esto es explicado a través de complejas ecuaciones de interacción entre la radiación electromagnética y los momentos dipolares de algunas sustancias. En fin, ¿por qué la radiación de microondas hace rotar las moléculas, o la infrarroja produce vibración, o la radiación visible hace saltar electrones? Cuántica en estado puro, vaya.
Pero si tuviéramos que poner la medalla de oro a una aplicación que se sirve de la mecánica cuántica, es sin duda alguna aquella que revolucionó el mundo entero, aquella que hace que estés leyendo este blog, que llames con tu teléfono móvil, que juegues a una consola de videojuegos, que veas la televisión, que te despiertes por la mañana odiando el despertador y que aglutina una cantidad innumerable de utilidades más ¿Te lo imaginas? Efectivamente, el transistor. Esa pequeña maravilla creada en 1947 por los Laboratorios Bell, y a cuyos investigadores se les otorgó el Premio Nobel de Física en 1956. El transistor es un elemento que transformó la electrónica hasta tal punto que, a día de hoy, es la «neurona» que está presente en computadoras, teléfonos, televisores, satélites, misiles, etcétera. El funcionamiento del transistor tan sólo es explicable a través de la mecánica cuántica, la cual trató de entender cómo conducían la electricidad los metales, derivando en la llamada Teoría de bandas.
En fin, transistores, láser, microondas, GPS es sólamente el principio. Hay muchísimas aplicaciones terrenales que un día nacieron como grandes teorías, nada efímeras, de las pretéritas mentes pensantes. ¿Quién sabe dónde nos conducirán los experimentos que hoy se están llevando a cabo? ¿Qué aplicaciones prácticas tendrá en un futuro, por ejemplo, la Teoría de cuerdas? Sólo el tiempo lo dirá, pero, en principio, el futuro promete. ¿Y?
El Evento Carrington del año 2012

Fulguración solar
El responsable del Departamento de Ciencia, Tecnología y Futuro del diario ABC, José Manuel Nieves, decía en un titular de febrero de 2010 «La NASA anuncia el ciclo de actividad solar más intenso de los últimos 400 años«. También habló en otro artículo de «La tormenta solar del fin del mundo«. En el último programa de Cuarto Milenio, presentado y dirigido por Iker Jiménez en Cuatro, este hombre fue invitado para comentar su artículo y esclarecer la relación del mismo con las supuestas teorías del «fin del mundo» asociadas a las predicciones ocultas del calendario maya para el año 2012.
Intentaré reproducir aquí, más o menos de forma fiel, sus palabras, porque me pareció una entrevista asaz interesante y cargada de un contenido científico riguroso y, a la vez, asombrosamente angustioso. Al final del post dejo un enlace al programa en cuestión.
2012 es un cúmulo de casualidades. Yo no creo que vaya a ocurrir nada extraordinario, ahora bien, sí es cierto que coincide con una serie de acontecimientos, como las predicciones o profecías mayas, que eran unos muy buenos estudiosos del Sol, de las estrellas y del universo en general. Su forma de considerar el tiempo de manera cíclica ha apuntado a que, justamente, el 21 de diciembre de 2012 se iba a terminar un ciclo. Y eso ha coincidido con que los ciclos que sí conocemos científicamente, los ciclos de actividad solar que se producen cada once años, estén cambiando de período ahora mismo, es decir, acabamos de terminar el ciclo 23 y hemos entrado en el ciclo 24 que, precisamente, entre el año 2011 y el 2012 estará en su punto álgido.
Lo que está claro que está ocurriendo es que estamos entrando en una etapa de mayor actividad solar. Durante los últimos años, el Sol se ha caracterizado por estar quieto, prácticamente no había actividad en él, cosa que sabemos por la ausencia de manchas solares. Esto es normal al final de un ciclo, lo que no es tan normal es que esa falta de actividad dure tanto tiempo (prácticamente la mitad del año 2008 y todo el año 2009). Se han conocido otros períodos (finales de ciclos) iguales, pero duraban meses, no años.
Todo ello, unido a otro tipo de datos del flujo solar, le indica a la NASA que acabamos de entrar en dicho ciclo 24 y que, seguramente, entre los años 2011 y 2012 se produzca la etapa de mayor actividad. Eso quiere decir que aparecerán más manchas solares. Estas manchas está relacionadas con las denominadas fulguraciones solares, técnicamente eyecciones de masa coronal. Una eyección de masa coronal es un fenómeno muy violento que consiste en una expulsión enérgica de una parte de la masa del Sol al espacio, pudiendo alcanzar la materia expulsada millones de toneladas.
Cuando se produce una fulguración solar, el Sol proyecta su masa hacia fuera de él en forma de una emisión masiva de protones y electrones (radiación solar) que, evidentemente, llega hasta la Tierra. El viento solar es algo que conocemos muy bien, porque estamos constantemente bombardeados por partículas que proceden del Sol. Pero cuando se dan estos episodios, la cantidad de materia y de radiación que nos llega es espectacularmente grande.
La Tierra tiene un escudo natural contra este tipo de fenómenos, que es su propio campo magnético (el cinturón de Van Allen). Este escudo magnético absorbe el impacto de la radiación y se deforma con él, esto es, se queda aplastado. Las partículas solares desviadas por el campo magnético se van a los polos y forman el precioso fenómeno de las auroras boreales.
Ha habido eyecciones de masa coronal de muchas y diversas intensidades. La mayor conocida se produjo en el año 1859, y fue tal el impacto de las partículas solares que llegó a deformar el escudo de la Tierra de tal manera que, desde 60.000 kilómetros de altura, que es hasta donde llega el límite del campo magnético, lo aplastó hasta 7.000 kilómetros. Esto significa que el escudo por la parte trasera (el lado contrario al impacto) de la Tierra se estira para, posteriormente mediante una especie de efecto rebote, volver a su sitio y colocarse de nuevo como en un principio.
Las auroras boreales en la violenta tormenta solar de 1859 llegaron hasta los trópicos e, incluso, se vieron en España. Hay artículos de periódicos de la época que recogieron la noticia. Se dijo entonces que el fenómeno llegó a eclipsar el brillo del propio Sol.
Cuando esto sucede, se producen infinidad de descargas eléctricas que llenan toda la atmósfera. En aquel año, la descomunal energía eléctrica con que se sobrecargó la Tierra tuvo otro efecto menos hermoso que el de las auroras boreales. Se frieron, literalmente, las redes eléctricas que había entonces (cuando la electricidad estaba empezando a utilizarse). Además, todas las redes de telégrafos de Europa y de América del Norte se paralizaron por completo durante semanas.
En tiempos como los de hoy, ¿cómo afectaría una tormenta solar de tal magnitud a nuestro mundo? Es la pregunta del millón de dólares. Ese fenómeno, denominado Evento Carrington, que parece que alrededor del año 2012 se podría producir de nuevo, según estudios realizados a tal efecto por la NASA, parece que podría ser un desastre global. Caerían las redes eléctricas de todo el mundo, las redes de teléfono, Internet, los satélites, las redes GPS, la telefonía móvil, etcétera. En fin, el acabose de las telecomunicaciones.
Conforme a esos mismos estudios de la NASA, un Evento Carrington a día de hoy fundiría en los primeros 90 segundos 300 grandes transformadores de la red eléctrica de Estados Unidos. Eso significa dejar, en un minuto y medio, sin luz a 140 millones de personas.
Las redes de GPS ya se han perdido parcialmente en alguna ocasión con fenómenos más livianos que el que sucedió en 1859, pero una fulguración hoy día de aquellas proporciones probablemente las haría caer en su totalidad. Quedarse sin GPS no es ninguna tontería, significa que todas las maniobras aéreas no se podrían realizar, los cálculos de precisión de atraques de grandes barcos no se podrían llevar a cabo, las construcciones masivas de piezas enormes en las que se calculan las posiciones de encaje mediante GPS tampoco, y un larguísimo etcétera. Se bloquearía el mundo.
Además de todo ello, la situación no sería cosa de unas horas, sino que podría alargarse durante meses o durante años (¿años sin electricidad?). El señor José Manuel Nieves termina diciendo que no tenemos ningún tipo de defensa contra eso. Realmente a mí me ha acojonado un poco mucho.
Los mayas anunciaban un fin del mundo que, en realidad, era un fin de un ciclo para comenzar con otro. Un acontecimiento solar como este te hace pensar lo pequeños que somos en el universo y lo grandes que nos creemos. Somos tan frágiles, que un simple estornudo del Sol nos puede mandar a tomar por culo en un abrir y cerrar de ojos. La verdad es que da mucho miedo.
Si alguien desea ver la intervención de este buen hombre, que podía haberse quedado en casa cuando le invitó Iker Jiménez, puede hacerlo desde la página web de Play Cuatro. La entrevista comienza en la hora, minuto y segundo 1:04:20.
Teoría de la cuarta dimensión: el hipercubo

Hipercubo o teseracto
Si para los físicos la cuarta dimensión está representada por el tiempo, en el mundo de las matemáticas esas dos palabras tienen una connotación muy distinta. La geometría euclidiana prevé una o más dimensiones por encima de nuestro mundo en 3D en forma de teoría matemática. Esto es, aparte de las tres dimensiones conocidas (altura, anchura y profundidad), se supone como mínimo otra dimensión más, la cuarta en discordia, que cumpliría perfectamente las propiedades cartesianas, es decir, sería perpendicular a las otras tres y partiría de un origen de coordenadas común.
Nosotros no podemos siquiera imaginar cómo sería el mundo en 4D, porque estamos recluidos en un universo de sólo tres dimensiones. Si partimos de un sistema de coordenadas en el espacio 3D, tenemos un eje X que representa la anchura, un eje Y que es la altura y un eje Z que representa la profundidad. La cuarta dimensión vendría simbolizada por un hipotético eje W que, como decíamos antes, sería perpendicular a X, Y y Z. Algo que con nuestra mente es imposible comprenderlo porque pensamos y vemos en tres dimensiones. Pero ello no quiere decir que no exista una cuarta dimensión, sino simplemente que no podemos verla.
Imagina por un momento que no eres una persona, eres un cuadrado habitante de Planilandia, la genial novela de Edwin A. Abbott. Los cuadrados viven en el plano y sólo tienen dos dimensiones (ancho y largo), no conocen nada más. Un día, aparece volando por el espacio 3D (que tú no comprendes) un cubo y te saluda. Como él está por encima de ti y no concibes el concepto de altura, prácticamente creerás que te estás volviendo majareta.
Para hacerse visible, el cubo decide posarse sobre tu plano 2D. En ese momento tú verás surgir de repente un cuadrado a tu lado y te darás un susto inmenso, pues no sabes por dónde ni de dónde ha aparecido. Después de hablar unos minutos con él, le preguntas a ver por qué demonios se llama a sí mismo cubo, cuando lo que ves es un simple cuadrado como tú. Él te intentará explicar que lo que estás visualizando es una proyección de su figura 3D sobre tu mundo en dos dimensiones, e intentará proyectarse de manera inclinada, atravesando tu suelo, para ver si te haces una idea de su forma real. La imagen que tú verás en ese momento será la siguiente.

Cubo proyectado en un plano
No comprendes nada. Lo que antes era un cuadrado ahora se ha transformado en dos cuadrados que se cruzan y que tienen líneas inclinadas que unen sus vértices. No sabes mirar más allá del plano.
Vuelve al mundo real; eres una persona otra vez. De la misma forma que el cuadrado nunca podría imaginarse cómo es un cubo porque desconoce lo que es la tercera dimensión, nosotros no podemos comprender los elementos que componen la cuarta. Sabemos perfectamente que la proyección de un cubo sobre un plano genera una figura como la anterior, con unas líneas más largas y otras más cortas y ángulos diferentes. Sin embargo, podemos afirmar con total seguridad que en un cubo todas sus aristas son de igual longitud y todos sus ángulos son rectos (90º) porque vivimos en un mundo tridimensional y podemos palpar un cubo.
De la misma manera, geométricamente se puede demostrar la existencia de los llamados hipercubos (o teseractos) en cuatro dimensiones. Desde que vi, hace ya años, la segunda parte de la película Cube (Cube 2: Hypercube), los hipercubos se han metido en mi cabeza y ya no los puedo sacar de ahí. Es, probablemente, la figura más hermosa desde el punto de vista matemático y más quimérica desde el de la vida real. Por cierto, la primera de Cube es una de mis obras maestras cinematográficas de culto; no así tanto la segunda y la tercera.
La imagen que encabeza este post es la de un hipercubo. Bueno, técnicamente es la proyección de un hipercubo sobre nuestro espacio tridimensional. Aunque si queremos rizar más el rizo, como lo estás viendo en una imagen plana en la pantalla de tu ordenador, diríamos que es la proyección plana 2D de la proyección espacial 3D de un hipercubo en 4D. Vaya lío, madre mía.
Si cogemos un cuadrado y lo proyectamos en el espacio, dándole altura, conseguimos un cubo. Si proyectamos un cubo hacia el espacio de cuatro dimensiones conseguimos un hipercubo. El teseracto se considera un cubo desfasado en el tiempo, es decir, cada instante de tiempo por el cual se movió pero todos ellos juntos. Por supuesto no podemos ver un teseracto en la cuarta dimensión, porque vivimos solo en tres con la limitación mental de nuestros cerebros.
Al igual que le pasaba al cuadrado de Planilandia, vemos unas líneas más largas que otras y ángulos diversos en su proyección, sin embargo el hibercubo tiene todas sus aristas iguales y todos sus ángulos rectos. Además lo que hay entre el cubo interior y el cubo exterior son más cubos, todos ellos tan rectos y cúbicos como los tridimensionales. El teseracto tiene 16 vértices, 32 aristas, 24 caras y 8 células (éstas serían el equivalente a los cubos tridimensionales).
Lo que sí podemos hacer es desdoblar el teseracto tetradimensional para trasladarlo a nuestro espacio tridimensional. De la misma manera que somos capaces de cortar las aristas de un cubo y desdoblarlo en un plano bidimensional obteniendo una suerte de cruz latina formada por seis cuadrados, si hacemos lo mismo con un hipercubo el resultado es una cruz 3D de ocho cubos (células).

Cubo e hipercubo desdoblados
Lo que ya no podemos imaginar es ese engendro doblado sobre sí mismo, por la incapacidad ya comentada de comprender un espacio en cuatro dimensiones. Si tienes la mente muy abierta y necesitas un buen dolor de cabeza, la siguiente figura muestra el orden en el que deben coincidir las caras de los distintos cubos para conseguir el teseracto. Por supuesto, teniendo en cuenta que todas las aristas deben medir lo mismo y que todos los ángulos deben ser rectos. Algo imposible para nuestras cabezas de chorlito tridimensional.

Orden para doblar un hipercubo
De la misma forma en que existen figuras geométricas en un supuesto mundo de cuatro dimensiones, ¿quién nos puede a nosotros asegurar que no existan otro tipo de manifestaciones «inteligentes» en él? Llámalo ente, alma, energía, mente o como quieras. Es posible que en un espacio tetradimensional haya entidades que sólo algunos de entre nosotros podemos ver bajo determinadas circunstancias y cuando se proyectan sobre nuestro espacio 3D. Es posible que los llamados fantasmas no sean más que seres 4D que están siempre ahí pero que no podemos ver más que cuando invaden nuestro espacio y que nos pegan terribles sustos como al pobre cuadrado cuando el cubo aparece de sopetón en su plano.
En fin, ese tema se lo dejamos a Iker Jiménez y a su parienta y nosotros nos quedamos con la versión matemática y geométrica del asunto que es mucho más factible.
Hasta el propio Dalí, que estaba un poco zumbado del bolo (sólo hay que ver sus cuadros), dibujó un hipercubo en una de sus obras, Corpus hipercubicus.

Corpus hipercubicus (Dalí)
Para terminar, os dejo un vídeo en el que el conocido astrónomo y divulgador científico Carl Sagan explica todo lo anterior de una forma más gráfica que un servidor. Vale la pena echarle un vistazo e invertir 7 minutos de nuestro tiempo para intentar comprender un poco mejor lo que la cuarta dimensión representa podría representar.
Las matemáticas y la madre que las parió
Aunque parezca mentira (me pongo colorada…) algunos somos adictos a la informática, el intenné y las nuevas tecnologías en general y, al mismo tiempo, aborrecemos con odio patrio todo aquello que huela lo más mínimo a matemático. Sí, sí, mirusté, que algunos fuimos incapaces de aprobar un puñetero examen de matemáticas sin copiar y se nos han dado mal, pero mal, desde pequeñitos. Qué cosa.
Suena a chiste, pero es que yo soy de letras. Estudié latín, historia, literatura y otras cosas de esas que no sirven para nada, sino para llenarte la cabeza de cultura y el pecho de sensibilidad, o sea para mariconadas sin fundamento alguno. Y es que a quién se le ocurre perder el tiempo en aprender, por ejemplo, a escribir bien cuando hoy día se dirime todo a golpe se esemese, y las faltas de ortografía a lo hoygan están de moda no perentoria en la Red de redes.
A algunos, digo, no nos gustan los posts de Microsiervos en los que nos intentan convencer de que es falsa la deducción matemática que demuestra que dos es igual a uno. Seguir esos procesos línea por línea se me hace eterno y aburrido, porque uno no pasó de la suma, la resta y la multiplicación (la división con calculadora), y en cuanto le sacan a algo el factor común por algún lado se pierde irremisiblemente. Además, lo poco que estudié sobre el tema me llega para saber que dos no es igual a uno, con preterición de demostraciones necias.
¿Y no te da vergüenza hablar así de las matemáticas siendo desarrollador informático? Pues no, oiga. Ni pizca. En mi trabajo he tenido nimios problemas para codificar algunos algoritmos que requerían de conocimientos matemáticos, pero con preguntar o buscar la respuesta por ahí he ido saliendo del paso. Afortunadamente estoy rodeado de cerebritos matemáticos que en un pispás te sacan el dichoso factor común a todo lo que se menea y te parametrizan una duda para x igual a lo que te haga falta. Traducirlo a un lenguaje de programación es pan comido. Trabajo en equipo; tú piensas, yo escribo.
En fin, que odio las matemáticas desde los cuadernillos de Rubio y seguirá siendo así por los siglos de los siglos. Supongo que es algún problema cerebral, ya que mi animadversión viene claramente dada por la total incomprensión de la materia. Soy incapaz de entenderlas y ellas no me entienden a mí. Y no me vengan con que no me las han explicado bien nunca, porque por profesores y enseñantes no habrá sido. Sigo diciendo que el problema está en mi masa encefálica y en la falta de las conexiones neuronales requeridas para comprender algo tan, para mí, etéreo.
Quizás algún día, cuando aprenda a despejar x (porque no descarto intentarlo de nuevo), tengo que borrar este post o tacharlo y corregirlo al pie. Ese día seré un hombre nuevo y un hombre renovado. Eso sí, sacando factor común hombre.